El tipo de cambio vuelve a copar las portadas. Con un aumento de casi cien pesos por dólar desde comienzos de septiembre, el cierre de esta semana trae como recuerdo la escalada del billete verde previa al plebiscito de septiembre de 2022, cuando el pánico se apoderó de los mercados y el dólar superó los mil pesos. ¿Lo recuerda?
La situación actual es diferente a la de entonces. El dólar se ha fortalecido globalmente, y aunque la pérdida de valor del peso chileno ha sido algo más rápida que la de otras monedas en los últimos días, no hay nada particular a Chile. El mayor nivel del dólar es consecuencia de altas tasas de interés en Estados Unidos, de la fortaleza de su economía y de eventos de riesgo —como el ataque a Israel— que llevan a los inversionistas a buscar refugio.
El contraste con 2022 es evidente. A mediados de ese año —cuando el plebiscito amenazaba con descarrilar al país—, el peso valía cerca de un 25% menos que hoy. En otras palabras, los 1.050 de hace dos años son equivalentes a 1.160 de hoy. Aunque los 940 suenen altos, nada parece indicar que el peso esté particularmente desviado de los fundamentos económicos del país. A este nivel, el tipo de cambio real —esto es, corrigiendo por la diferencia de inflación entre países— se encuentra algo más débil que su promedio de los últimos 20 años. Pero la economía chilena no es la misma que antes. Está más endeudada y su institucionalidad está debilitada, por lo que en promedio deberemos convivir con una moneda más débil que otrora.
Como la probabilidad de que la economía tenga un boom es muy baja, el espacio para que el peso recupere valor descansa en que aparezcan malos datos en Estados Unidos o que la calma vuelva al Medio Oriente. Difícil. En cambio, de persistir el estancamiento criollo y la sordera sobre sus causas, o de mantenerse por largo tiempo las altas tasas americanas, la debilidad del peso podría profundizarse.
El desafío para el Banco Central es inmenso. Algún efecto en el corto plazo sobre inflación existirá, pero la debilidad económica anticipa una inflación a la baja hacia adelante. La reacción esperable de la política monetaria es bajar tasas y no preocuparse de la depreciación del peso. Pero Chile cambió. Nuestra fortaleza macroeconómica no es la misma, estamos más expuestos a los vaivenes globales, y recién estamos viendo la luz al final del túnel de una pesadilla inflacionaria. Por ello, los grados de libertad para actuar no son los mismos que en el pasado. Equilibrar la necesaria baja de tasas evitando un dolor de cabeza cambiario es la principal tarea a la que deberá abocarse el Banco Central en sus próximas reuniones.