En esta parábola, el dueño arrienda su viña a unos labradores y les hace así partícipes de su prosperidad. Cuenta con el esfuerzo personal de ellos para que dé fruto: "Plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos" (Mateo 21, 33).
Pero los contratados no solo omitieron su deber, sino que además despreciaron e incluso mataron a los siervos que envió el dueño para reclamar el fruto de su viña: "Los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon" (Mateo 21, 35).
Más aberrante aún fue su conducta cuando asesinaron al hijo del dueño, que este envió: "Al ver al hijo, se dijeron: Este es el heredero: Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia" (Mateo 21, 38-30).
Con esta parábola, Jesús denuncia a los dirigentes del pueblo, quienes despreciaron y dieron muerte a los profetas que Dios les mandó. Y profetiza el rechazo que van hacer de Él y su muerte fuera de la ciudad de Jerusalén: "Lo sacaron fuera de la viña y lo mataron." (Mateo 21, 39).
Pero, Padre, ¿por qué ocurre este drama? En ocasiones, lo que busca el hombre es no tener ninguna dependencia de Dios: y así el arrendatario pretende ser propietario, no quiere "dar fruto" a otra persona, sino a él mismo.
Este afán de independencia desconoce que somos deudores de Dios, que Él nos ha dado lo que somos, tenemos y seremos. Esta autonomía trae aparejado una violenta apropiación: "Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia (Mateo 21, 38).
"Lo sacaron fuera de la viña y lo mataron" (Mateo 21, 38 ). ¿Puedo yo expulsar, sacar a Dios de su viña que es la Iglesia? Sí, cuando la transformamos en una ONG o en una gran transnacional; cuando estamos más preocupados del poder que tengo en la Iglesia que servir en ella. Les pasó a Santiago y a Juan: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir... Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria" (Marcos 10, 35;37).
En la Iglesia, el hombre y la mujer comparten un mismo bautismo, son hijos de Dios y tienen la misma responsabilidad en la misión. Quieren servir de acuerdo a sus características en el encargo que Dios les llama. Y sacamos a Jesús de la Iglesia cuando no lo vivimos.
Como esos labradores, también nosotros caemos en la tentación de adueñarnos de la Iglesia, "matando" con nuestro silencio a Jesucristo en nuestra vida. ¿Cuándo fue la última vez que hablé con cariño de Jesús a alguien?
Otra manifestación de intentar apropiarse de la Iglesia se da cuando queremos cambiarla, reemplazando a Jesucristo : "¿Acaso no habéis leído en las Escrituras: La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha llegado a ser la piedra angular?" (Mateo 21, 42). Recemos en este mes de octubre (4 al 29) por el Sínodo en Roma, para que el Espíritu Santo sea su principal protagonista.
El Señor tiene un proyecto y una viña para sus amigos, pero por desgracia nuestro orgullo, nuestro afán de protagonismo y creernos dueños de la viña -la Iglesia-, nos impide reconocerlo . Se entiende así, porque Jesús afirma lo siguiente: "Se les quitará a ustedes el reino de Dios" (Mateo 21, 43), porque al sacar a Cristo de la Iglesia, al mismo tiempo lo desechamos también de nuestra vida.
¿Por qué Dios anhela tanto los resultados de su viña? No es por sí mismo, al contrario, son los frutos de santidad de sus propios hijos. Así lo confirma la liturgia de la Iglesia: "Dios todopoderoso y eterno, que manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos... al coronar sus méritos, coronas tus propios dones" (Prefacio de los Santos).
"Pero cuando vieron al hijo, los labradores se dijeron unos a otros: 'Este es el heredero; matémoslo y nos quedaremos con la viña'".(Mt. 21,38).