Una confesión: me emocionó la participación de los “Cóndores” en su primer Mundial. Entereza, dignidad, gallardía en esta exigencia máxima de una actividad que alguien describió hace muchos años como “un deporte de rotos practicado por caballeros”. El rugby exige lealtad dentro de su rudeza.
Personalmente, en lo que a fuerza se refiere, llegué a practicar boxeo (hasta que desperté en los camarines del liceo tras mi primer y último KO). Fútbol, obviamente, y básquetbol (cuando jugaban tres atrás y dos adelante), además de varias pruebas atléticas. Pero rugby, jamás. Imagínese, con un metro sesenta y nueve de estatura (que ahora deben ser dos o tres menos) no habría podido hacer nada.
Tuve solamente un compañero jugador de rugby en mi adolescencia, un muchacho de apellido Monsalve que jugaba por la U. De esa mínima experiencia a ¡un Mundial!, imagínese. Y en el que no teníamos nada que hacer en cuanto resultados y al que íbamos, como en el fútbol hace más de cien años, a recoger experiencia.
Los muchachos trajeron más que eso. Recogieron en Francia aplausos, consideración y el reconocimiento a su hidalguía. Ahí se radicaron mis emociones, hermanándose con las de grandes momentos del fútbol, hoy tan distantes y ajenas.
También las hubo en el tenis, con aquella remontada épica de Nicolás Jarry ante el italiano Mateo Arnaldi en Beijing. Notable. La semana anterior, en Copa Davis, volvimos a escuchar un relato radial de Juan Francisco Ortún, un gran representante del relato deportivo serio en Chile. Lo echábamos de menos en el relato, aunque su retorno radial ya se había producido, en otras labores, en la radio Bío Bío.
Fuimos compañeros en Chilevisión, cuando me encomendaron la dirección del área deportiva y lo recuerdo como un profesional culto y de gran capacidad de trabajo, disponible para relatar fútbol, automovilismo y lo que fuera. Me costó retenerlo contra las imposiciones de una gerencia estúpida, pero salimos adelante y hoy me alegra escucharlo nuevamente.
El que no se ha retirado voluntariamente de los medios es José Arnaldo Pérez, el “Chasca”, gran valor periodístico con el que compartí en la radio Cooperativa. Es el periodista de mayores conocimientos que he conocido, y excelente seleccionador de colegas jóvenes para incorporarlos a los planteles profesionales. No está en los medios. En ninguno. Y su ausencia no tiene explicación.
Se trata, además, de un periodista joven, con ideas propias, disciplinado, deportista, con conocimientos extensos y profundos sobre todos los temas que usted le plantee. El periodismo de deportes chileno se lo está farreando, en particular el radial.
Y la próxima semana vuelve la selección a la cancha. Lo hace en medio de un clima envenenado por las actuaciones y dichos populistas que no están preocupados del equipo sino del despido del entrenador y un fútbol encerrado por directivas inútiles.
Así es que por esta semana permítame un respiro con gente buena.