Tal vez el mejor reflejo de la confusión que reina en sectores de Chile Vamos lo constituya el contraste de las declaraciones del expresidente Sebastián Piñera sobre el intento de golpe de Estado que promovió la izquierda en su contra, con la postura que parte del conglomerado ha asumido sobre el proceso constituyente.
De un lado, se denuncia, correctamente, el carácter totalitario de la izquierda y, de otro, se plantea la necesidad de llegar a amplios acuerdos con esa misma izquierda antidemocrática. Sobre lo primero, solo cabe decir que si esos grupos de Chile Vamos no fueran tan ingenuos, no se habrían dedicado regularmente a transar con quienes luego buscarían destruirlos. Es como si no entendieran el país en el que viven ni la naturaleza de sus adversarios. Le tomó a Piñera que casi lo destronaran para darse cuenta de que toda esa gente que intentó apaciguar un sinnúmero de veces solo lo aplaudían de manera táctica, esperando el momento propicio para destruirlo. Así y todo, no ha tenido problemas en sentarse y viajar con Boric, uno de los líderes del esfuerzo por desestabilizarlo y quien, sin duda, no habría vacilado en apoyar una sublevación que lo tumbara en caso de haber sido exitosa.
Sobre el proceso constituyente, además de la incoherencia que implica suponer que se puede apaciguar a la misma izquierda que se denuncia de golpista, resulta interesante observar el ataque que se formula por muchos a republicanos. Se dice que la Constitución sería “partisana” e incluso se compara con la rechazada el año pasado. Los profetas de la moderación, los mismos que abrieron las puertas de par en par a la izquierda totalitaria para que refundara el país, arrasando con la democracia, el Estado de Derecho y la economía libre, nos dan nuevas lecciones desde la tarima de superioridad moral que supone su centrismo, el que, en realidad, no es más que una forma invertebrada de hacer política.
En un cierto sentido, es verdad que la Constitución es “partisana”. Y es que las ideas de propiedad privada sobre fondos de pensiones, el límite a la voracidad tributaria de los políticos, la libre elección en todas las áreas llamadas “derechos sociales”, obviamente, reflejan un ideario totalmente incompatible con la doctrina de izquierda. Pero ese sentido del concepto “partisano” que utilizan figuras de Chile Vamos equivale a afirmar que una Constitución redactada por una mayoría demócrata en que se garantizan elecciones libres es “partisana” porque no incorpora las ideas y demandas de una minoría fascista que postula lo contrario.
Olvidan que el rol de las constituciones no es dejar a casi todo el mundo contento, sino limitar categóricamente el poder del Estado. Pero, además, queda claro que buena parte de Chile Vamos compró la tesis de la izquierda, a saber, la idea de que realmente había un problema constitucional en Chile.
Como es sabido, el tema constituyente no existía para la gran mayoría de chilenos hasta que la misma extrema izquierda logró instalarlo por la vía violenta. Y es bastante obvio que nuevamente dejó de ser tema porque la gente salió del engaño momentáneo y entiende que, mientras los asaltan y asesinan en las calles, mientras el terrorismo y crimen organizado se toman áreas completas del país y mientras la economía se hunde, la élite se dedica a discusiones más bien irrelevantes para el día a día de ellos.
De cierta forma, nuestra clase dirigente, salvo por republicanos, les viene diciendo desde hace rato a los chilenos aquejados por múltiples carencias que coman pasteles. Y después se sorprenden de que Bukele tenga un 77% de aprobación en nuestro país. Y es que el Presidente salvadoreño, más allá de todas las críticas, resuelve efectivamente problemas concretos de sus ciudadanos, algo que nuestros políticos no hacen porque carecen del coraje, la voluntad y claridad mental necesarios. Por cierto, esto aplica también a Chile Vamos, cuyos gobiernos, si somos objetivos, poco hicieron por el bien del país.
Todo parece indicar que Chile se encamina hacia una decadencia mayor producto de la incapacidad de la clase política de crear condiciones de seguridad y prosperidad. Salvo, claro, que se apruebe con amplio margen la Constitución que hoy se discute y que José Antonio Kast, en una gran coalición de derecha, llegue a gobernar con el apoyo necesario para hacer lo que hay que hacer. Pero como eso probablemente no ocurra, porque la gente ya no quiere saber más del tema constitucional y porque parte de Chile Vamos de todos modos no lo permitiría, no queda más que seguir observando nuestra degradación social, política y económica hasta que llegue una versión local de Bukele al poder.