El mundo político se ha movilizado para salvar el segundo intento por alcanzar una nueva Constitución redactada por un órgano electo directamente por el soberano. Quizás ya sea tarde, pero igual hay que hacer el esfuerzo. De lo contrario, se diluye la última oportunidad, al menos en un largo plazo, que tiene nuestro sistema político de dotarse de una Constitución moderna nacida en democracia.
¿Cómo se puede escapar de lo que parece un naufragio anunciado? En mi modesta opinión, la posibilidad de aprobación del texto resultante en el plebiscito de salida está sujeta a siete condiciones.
Primero, los actores deben dejar de coquetear con el “en contra”. Esto vale especialmente para el oficialismo. La nueva Constitución no resuelve per se la crisis de legitimidad y autoridad que padecen el sistema político y el país, pero sin ella olvidémonos de recuperarla, al menos por medios democráticos. Nadie puede estar más interesado en superar esa crisis que el Ejecutivo: él es, por defecto, quien paga los platos rotos.
Segundo, las fuerzas que la ciudadanía colocó como minoría en el Consejo Constitucional deben asumir su condición de tal. Esto implica renunciar expresamente a la aspiración a dejar incólume el proyecto de los expertos, y aceptar cambios que emerjan del cuerpo electo.
Tercero, todas las fuerzas presentes deben desistir también de la ilusión de un texto perfecto en su austeridad y precisión. Las constituciones —especialmente en nuestra tradición— contienen siempre una dimensión performativa que responde a las visiones de sus redactores y de su tiempo. Habrá que encontrar definiciones que no sean excluyentes —como lo son varias de las que se han aprobado—, pero es estéril empeñarse en un texto en el que estén enteramente ausentes cuestiones de índole valórico.
Cuarto, las fuerzas mayoritarias deben evitar que se acentúe la impresión que actúan de forma intolerante, aunque esta vez con corbata y buenas maneras, lo que para algunos es aún más irritante. Recordemos que el Consejo debe enviar su propuesta a la Comisión Experta para su revisión y observaciones, y que dicho órgano ya ha mostrado preocupación por algunas normas aprobadas. Si en lugar de anticiparse se espera a que estalle el desencuentro, esto terminará de hundir la confianza ciudadana y podría conducir al país a escenarios impredecibles.
Quinto, es urgente que el Consejo supere el clima de confrontación y que la mayoría se sacuda de la imagen de intransigencia que, justa o injustamente, se ha creado sobre ella. Recordemos que la propuesta de la Convención fue rechazada tanto por su contenido como por la actuación de los convencionales. Lo mismo vale ahora: el soberano va a repeler cualquier cosa que nazca de un ring. Se requiere de un tratamiento de shock, de un hito dramático, de un giro que abra una nueva etapa. El poder para hacerlo está en manos de la mayoría.
Sexto, habrá que llegar a un texto final aprobado transversalmente por la unanimidad de los consejeros, o casi. Será duro de aceptar para quienes hoy tienen la mayoría en el Consejo y quisieran dejar su marca identitaria en la nueva Constitución, o para quienes desean aprovechar el plebiscito de salida para ganar posiciones de cara a los eventos electorales futuros. Si la voluntad es que el texto sea aprobado, el que se proponga debe ser enteramente neutral desde el punto de vista de los clivajes izquierda/derecha, liberales/conservadores, gobierno/oposición, presidenciable A/presidenciable B. Un buen ejemplo de esto fue el plebiscito en 1989.
Séptimo, nada de lo anterior será suficiente si no se modifica el ambiente político general. Carece de credibilidad que los mismos actores que se enfrentan como el perro y el gato postergando decisiones en materias altamente sensibles para la población (pensiones, salud, impuestos, crecimiento o ley de presupuesto) llamen a la conciliación y al acuerdo en materias constitucionales.
Repitamos: ni aun reuniendo estas duras condiciones es seguro que se revierta lo que ya se presenta como una ley sociológica insuperable: el repudio de la ciudadanía a las ofertas constitucionales, sea que vengan de la izquierda o de la derecha. Pero si el ánimo es hacer el intento, habría que partir por aquí.
Eugenio Tironi