En una sociedad a la que le lloran metas y experiencias en común que no sean enfrentar terremotos, incendios o inundaciones, y con la selección chilena de fútbol en su momento más bajo en veinte años, los Juegos Panamericanos asoman como una oportunidad invaluable e inmejorable.
El nuevo Parque Deportivo del Nacional acogerá el corazón de la mayor fiesta deportiva que se habrá realizado jamás en el país. No es un eslogan: aunque el Mundial de fútbol de 1962 es una instancia de relevancia superlativa, levantada contra viento, sismos y marea, los Panamericanos han sido y serán una empresa mucho más desafiante en cuanto a deportistas involucrados, cantidad de disciplinas, infraestructura, transporte, etcétera. Basta recordar que la inversión superó con creces los US$ 600 millones, cifra que no incluye la relevante herencia que dejaron los Juegos Odesur de 2014.
Santiago 2023 pagará una vieja deuda deportiva (la dictadura declinó dos veces la organización de los Panamericanos, en 1979 y 1987), y le dará otra mano de vida y color al viejo coliseo “Julio Martínez”, que ya no estará solo en la explanada de avenida Grecia: hacia el poniente podrá observar el remozado Centro de Tenis y el Centro de Entrenamiento Paralímpico; hacia el sur se divisarán las canchas de hockey césped y el Centro de Deportes de Contacto; en el suroriente seguirá el viejo velódromo acumulando tiempo, penas y polvo, pero también estarán el Polideportivo 1 (edificado para los Odesur) y el Centro Acuático, con una piscina completamente nueva que se construye contra el reloj. Hasta la pista atlética Mario Recordón tendrá nueva cara.
Entre todos esos recintos habrá caminos amplios y abiertos al libre tránsito (al menos durante los Panamericanos, porque el retorno de las barras de fútbol probablemente obligará a cerrar sectores posteriormente). Será el brillo de un evento multinacional y multicultural que llegará a algunos rincones que nos recuerdan las tinieblas.
Así como cualquier trayectoria vital puede quedar definida de súbito por un accidente, un golpe de suerte o una decisión de última hora, el coliseo principal del país lleva en sus ricas alforjas gritos de gol, la emoción de dos Copas América, memorables clásicos universitarios, coloridos torneos de atletismo escolar y toneladas de emoción; pero entre toda esa mezcla luminosa también está la cicatriz imborrable de haber sido centro de detención y tortura en los días posteriores al 11 de septiembre de 1973.
Cuando los Juegos Panamericanos 2023 se despidan de la capital, en la fiesta de clausura del 5 de noviembre, coincidentemente estarán a punto de cumplirse 50 años desde que el Nacional cerró su breve pero indeleble rol como campo de concentración y muerte, y volvió a ser lo que hoy conocemos: el centro deportivo de una nación.
Los Juegos Panamericanos no van a restañar esas heridas, no es su tarea, pero sí ofrecen una posibilidad única: demostrar que grandes cosas pueden hacerse cuando por fin se comparten los objetivos.
Andrés Solervicens
Coordinador de Deportes