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Editorial
Jueves 28 de septiembre de 2023
Reticencias ante acto
La convocatoria de este sábado parece dividir al oficialismo.
Una manifestación en respaldo al Presidente Gabriel Boric tendrá lugar este sábado en la plaza de la Constitución. La convocatoria la realizan organizaciones simpatizantes como el colectivo Unidos por Chile, que ya en marzo había llamado a sus partidarios a concurrir a La Moneda al cumplirse el primer año de gobierno. La diferencia es que ahora se han sumado los partidos de Apruebo Dignidad, difundiendo el llamado en sus redes sociales e invitando a mostrar “respaldo” a la gestión Boric. “Es una muestra de apoyo, cercanía y cariño en un momento donde las encuestas dicen que el Presidente está mal evaluado o que hay muchas críticas al Gobierno”, explicó el senador de Revolución Democrática, Juan Ignacio Latorre.
No lo han visto del mismo modo, sin embargo, los partidos del Socialismo Democrático. Y mientras la presidenta del PS ha dicho que no podrá asistir por tener otra actividad (el cambio de nombre de la calle Maule a “Carlos Lorca”), diputados del sector han marcado distancia: “Nosotros no demostramos las cosas con marchas”, dijo el socialista Tomás de Rementería.
Por cierto, el derecho a manifestación es propio de la democracia y nada hay de reprochable en que un grupo de ciudadanos convoque a un acto, en la medida en que no involucre recursos del Estado. Con todo, la sorpresa que la convocatoria ha generado obedece a que este tipo de manifestaciones en respaldo a un gobernante remiten a formas políticas del pasado, cuando las concentraciones masivas eran una instancia efectiva de comunicación y propaganda. De hecho, para encontrar antecedentes, habría que remitirse a las manifestaciones en favor del general Pinochet luego de su fallido viaje a Filipinas o del atentado en su contra. O, yendo aún más atrás, a la última marcha de apoyo a Salvador Allende, el 4 de septiembre de 1973.
En el mundo actual, las manifestaciones de apoyo a los gobiernos son más propias de regímenes autoritarios que pretenden mostrar una identidad entre el “pueblo” y sus “líderes”, con ejemplos burdos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Ello, aunque también, en algunas democracias, gobernantes de impronta populista recurren a ellas. En Colombia, por ejemplo, centrales obreras (con el apoyo gubernamental) convocaron en junio a marchas en respaldo al Presidente Gustavo Petro para presionar por el avance de sus reformas. En Argentina, hubo concentraciones multitudinarias para respaldar a la vicepresidenta Cristina Kirchner, luego del atentado que habría sufrido. Y en México, el Presidente Andrés Manuel López Obrador convocó a un acto de conmemoración de sus primeros cuatro años de mandato cuando aparecieron las primeras protestas en su contra.
Es probable que ejemplos como esos expliquen las reticencias del Socialismo Democrático frente a la convocatoria del sábado. Los dichos de la vocera del acto, quien comparó la situación del Presidente Boric precisamente con la de Allende, tampoco han de ser cómodos para el sector más moderado del oficialismo ni para la propia Moneda. En este sentido, cuando, según los sondeos, el Presidente no logra apuntalar su respaldo mucho más allá del núcleo duro de su votación, la pregunta inevitable es si actos como el que se anuncian le pueden ayudar o más bien arriesgan un efecto contraproducente.