Un informe del CEP sobre lo que está pasando en el Consejo Constitucional enciende las alarmas: de las 117 enmiendas presentadas por las izquierdas, 112 fueron rechazadas y solo 5 aprobadas. ¡Solo un 4% de los contenidos que se votarán en el pleno son propuestos por consejeros de izquierda! No hay que ser experto constitucional ni político para darse cuenta de que aquí hay una desproporción, un desequilibrio que nada bueno augura. En esta misma tribuna he sido muy crítico del delirio y soberbia de una izquierda refundacional en la pasada Convención, de la manera brutal con que le cerraron a la derecha —en el fracasado proceso anterior— la puerta en la cara, cuando quiso hacer sus propuestas. Hoy día, con menos ruido, menos fanfarria y con una cierta sobriedad que ha caracterizado al nuevo Consejo Constitucional, estamos, al parecer, ante algo parecido, pero de signo contrario.
Todos sabemos —o debiéramos saber— que las democracias de verdad funcionan cuando deciden las mayorías, pero no se aplasta ni desprecia ni se invisibiliza a las minorías. Menos en una discusión constitucional. Las minorías son fundamentales para equilibrar a las mayorías que pueden, cuando tienen todo el poder, caer en la tentación del “señor de los anillos” (uso la imagen de Tolkien). La mayoría sin contrapeso es el anillo de la democracia. Izquierda y derecha son el “yin” y el “yang” del país. Cuando la izquierda se ha desbocado, embarcándose en aventuras temerarias, la derecha ha puesto límites y contención. Y, al revés, también. Siempre es fácil ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Todo lo que la derecha —y con razón— condenó de la Convención anterior puede hoy esplender de nuevo, pero ahora desde el sector que fue víctima del desprecio. Ahora —por una derrota electoral que puede ser transitoria— se quiere o se está ninguneando a la izquierda. Fatal error. Qué veleidosas y pasajeras son las victorias y las derrotas. Nos lo enseñó, en su magnífico poema “Si”, Rudyard Kipling, cuando, entre otros consejos, le dice al hijo: “si puedes conocer el triunfo y la derrota/ y tratar de la misma manera a esos dos impostores”. ¡Las victorias pueden ser grandes impostoras!
Qué ejemplo magnífico de resiliencia política daría la derecha (particularmente el Partido Republicano) si mostrara grandeza, generosidad, visión de largo plazo, y nos sorprendiera a todos en estos días, en que sesionará el pleno, haciendo gestos con sus adversarios políticos. Mostrando que su proyecto no es un proyecto partisano, sino un proyecto para todo el país. Mandela decía que lo clave para él, para destrabar la guerra civil en curso en Sudáfrica, fue recordar a su abuelo de la tribu de la etnia xhosa, del clan Madiba, quien le enseñó esta regla de oro para su vida: “nunca debes humillar a tu adversario”. Sí, la izquierda chilena, sobre todo la más radical, mostró su peor cara desde octubre del 2019. La izquierda mostró su sombra, y la derecha también la tiene, pero de eso se trata la política: de generar reglas para convivir con el adversario, de evitar que la guerra reemplace a la democracia, para que lo peor de nosotros sea encauzado.
Me acaba de llegar un maravilloso video de una entrevista que se le hiciera a Vittorio di Girólamo en 1980, en la que, como italiano, se sorprende por la falta de amistad cívica entre los chilenos. Dice: “Yo soy amigo de todos, del comunista hasta el nacionalista, los quiero a todos y no sabes cuánto sufro cuando veo cómo los chilenos dejan de ser amigos. Si no hay amistad, no hay ciudad. Ciudad viene de civitas, que significa ‘hombre dialogal'. La ciudad solo existe cuando los hombres dialogan, cuando son amigos. La amistad no significa, claro, identidad de opiniones...”. Sabia lección de un inmigrante que vino desde un mundo quebrado: recuperemos la amistad, la decencia cívica, no destruyamos con nuestros gestos y acciones la ciudad a la que somos invitados a convivir juntos en la diferencia.