“Abril es el mes más cruel”, escribió T.S. Eliot al inicio de su gran poema, “La tierra baldía”. Hablaba del hemisferio norte, claro, donde abril es el mes en que irrumpe la primavera, el mes que para Eliot “cría lilas en la tierra muerta”, el que trae recuerdos de otros abriles, “mezclando memoria y deseo”, el que revive los terrores y las alegrías del pasado “revolviendo tupidas raíces con lluvia primaveral”, el que, con el brote de las lilas, abre esperanzas. En Chile el mes equivalente es septiembre, sobre todo en esta semana aciaga que va del 11 al 18. Semana que empieza con memorias agrias de terrores, y que termina con buenos deseos y esperanza.
Me ha tocado vivirla este año en Londres, donde participo en Chile Day, un gran evento anual producto de cooperación público-privada, en que tratamos de presentar lo mejor de nuestro país a los inversionistas internacionales. Empezó ayer y termina hoy, en lo que ha sido una semana muy activa para Chile en Londres.
El lunes, antes de que yo llegara, se conmemoró el 11 con un concierto. Hoy jueves, aparte de Chile Day, hay un acto en la Cámara de los Comunes para celebrar 200 años de relaciones con el Reino Unido. Para el 18 nada, pero es entendible con tanta actividad. Esperemos, eso sí, que el próximo año se conmemore el día que nos une más que el que nos divide, porque son pocos los países que conmemoran internacionalmente sus conflictos internos.
En el Chile Day felizmente esos conflictos se disuelven. Presentamos a los inversionistas la imagen de un país unido. Es como un milagro. Llegan numerosas autoridades, lideradas por el ministro de Hacienda. Llegan también parlamentarios de todo el espectro, empresarios, ejecutivos. Y en vez de seguir peleando nos olvidamos de nuestras diferencias. ¿Cómo hacer para que ese espíritu perdure cuando estemos de vuelta en nuestro país? ¿Qué hace que cuando pisamos nuestra tierra nos polaricemos tanto? ¿Por qué fueron tan armoniosos y exitosos los 30 años y por qué después nos invadió el odio y el rencor?
Hay mucho conflicto en el mundo, y eso influye. La crisis del 2008 deslegitimó a los expertos. Se derrumbó el consenso que había en torno a políticas basadas en la razón, la ciencia y la verdad, cosas que unen porque a través de ellas procuramos (sin lograrlo del todo) ser objetivos. Tras ese derrumbe, fueron irrumpiendo los voluntarismos que, por ser subjetivos, nos dividen. Cuando buscamos la razón o la verdad, tendemos a llegar a acuerdos aun cuando la búsqueda requiera pasar por negociaciones en que perdamos todos algo. Cuando prima el voluntarismo, no hay negociación posible.
Es en este clima mundial de los últimos 25 años que va emergiendo el Frente Amplio, para quienes la negociación, los acuerdos son inmorales, porque los principios son intransables. Y como respuesta a esa intransigencia emergen los republicanos, espejo del Frente Amplio, su igual y su antítesis, como ese espejo en que, según Borges, “como fantásticos rabinos/ leemos los libros de derecha a izquierda”. No es casual que en estos tiempos se hayan popularizado las teorías de Carl Schmitt, para quien la política no es sino conflicto, cuando no guerra contra un enemigo. Notablemente Schmitt influye en los extremos tanto de la derecha como de la izquierda.
Agréguese la influencia en Chile que siempre tiene España. Hacia 1989 Felipe González les decía a nuestros políticos que no revolvieran el pasado, que priorizaran el futuro. Estos lo siguieron, y de allí los gloriosos 30 años. Pero en 2004 llega al poder Rodríguez Zapatero. Descubre que la memoria histórica puede ser una poderosa arma política contra la derecha, y en Chile lo imita la izquierda. Poco después, como ocurre con Vox en España, surgen los republicanos para contraatacar.
¿Hasta cuándo esto?
Alguna esperanza nos ha dado el Senado, con su declaración transversal del martes. Mostraron que la razonabilidad sí se puede, aunque le pese al implacable PC.