El empleo de la astucia en la política admite matices. Muy temprano en nuestra cultura hace aparición la inteligencia engañosa. Homero, el fundador de nuestros horizontes, elabora toda la Odisea en torno a un héroe que, a diferencia de los otros héroes de la Ilíada, presenta ese rasgo como su atributo más sobresaliente. “Polytropos” es el adjetivo que emplea una y otra vez al nombrarlo, el cual, literalmente, quiere decir, de múltiples recursos, vías, maneras: rico en ardides, traducen unos; mañero, otros. La astucia es una habilidad mundana que emplea el artilugio, la celada, el pequeño o gran engaño necesario para alcanzar un propósito específico. Se vincula, así, con el poder, en su sentido más amplio, y sus herramientas son el halago, el disfraz, la afectación de sentimientos, la intriga, el cultivo de “amistades útiles” (aquellas que se abandonan apenas pierden interés), el discurso tramposo. El reino de la astucia no es el de la violencia, sino el del disimulo, la máscara y el cálculo.
Odiseo la emplea constantemente, con cavilación y plena lucidez, para satisfacer su deseo principal: volver a casa y vengarse. Su biografía (o, mejor, la decena de biografías distintas que él mismo narra a distintas audiencias) está plagada de trampas y mentiras. Odiseo es maestro del disfraz y del embuste. Pero, por sobre todo, es el primero que descubre que el lenguaje puede manipularse, que es un dúctil instrumento al servicio de variados propósitos; Odiseo es el primer gran fabulador, el primer gran mentiroso. A cada rato falsifica su identidad, adopta múltiples máscaras y, en fin, por medio de sus incontables mañas, regresa, recupera su reino y a su también astuta esposa, la perseverante Penélope, y se venga cruentamente de los empoderados y arrogantes pretendientes. La parte final de la Odisea transcurre no en un campo de batalla, sino en la corte de Itaca, y su ambiente doméstico de conjuras, intrigas y venganzas presagia algunas de las mayores obras históricas de Shakespeare. En la Odisea, el autor griego traslada la guerra al palacio y sustituye el arrojo iracundo por la premeditada estratagema. El baño final de sangre parece la culminación de esta marcha triunfal de la artimaña y la astucia.
Casi tres mil años después, François La Rochefocauld, un activo cortesano, militar y escritor francés del siglo XVII, en sus célebres Máximas, condena por completo el “uso ordinario” de la astucia y la admite, en cambio, al amparo de la sombra de Odiseo, “para servirse de ella en alguna gran ocasión y para algún gran interés”, puesto que, de lo contrario, “tan acostumbrados estamos a disfrazarnos ante los demás que al final nos disfrazamos ante nosotros mismos”.