Este lunes, hace un año exactamente, el pueblo chileno rechazó una propuesta constitucional que nos habría llevado quizás adónde. Si hoy hablamos de estancamiento del país, probablemente habríamos entrado derechamente en una decadencia y un deterioro institucional y político de difícil retorno. Los apruebistas furibundos (y caramba que estaban encendidos por la furia) no habrían permitido que los apruebistas moderados (los del aprobar para reformar) les hubieran aguado la fiesta, la tan anhelada refundación de todo... Tal vez estaríamos recitando hoy esos versos tremendos del canto V del Infierno de Dante: “nessun maggior dolore che recordarsi del tempo felice nella miseria” (“ningún mayor dolor que recordar los tiempos felices en la miseria”). Miseria tal vez sería demasiado (eso es más bien para Venezuela), pero pobreza sí. Los “tiempos felices” (los denostados treinta años) habían sacado a miles de la línea de la pobreza, pero, al estancamiento en que estamos desde hace varios años, habría que haber sumado una regresión económica producto de la euforia de los ganadores, dispuestos —como hemos visto— a “matar el capitalismo”. Pero el rechazo, el “tatequieto”, fue muy contundente. Hoy no hemos retrocedido ni avanzado, y no parece haber un horizonte claro todavía para el país, pero que Chile se salvó de una “grande”, de eso no cabe duda. Nos hemos vuelto expertos desde octubre del 2019 en caminar al borde de una cornisa: somos magníficos equilibristas que se “salvan jabonados” justo antes de caer en el abismo.
Estamos saliendo del invierno, a pocos días que empiecen la primavera y septiembre, ese mes tan cargado de resonancias para todos los chilenos. El lunes 4 de septiembre está apenas a una semana del lunes 11 de septiembre. ¡Qué significativa coincidencia! ¿Cómo conversan esas dos fechas? Es —creo— una magnífica oportunidad para hablar —por ejemplo— del “eterno retorno de lo mismo”: lo que les pasa a los países cuando se polarizan, cuando el entusiasmo (bella pero peligrosa palabra) desborda la racionalidad política y nos da —sobre todo en esta América Latina tan religiosa y milenarista— por buscar el cielo en la tierra. Cuando la política se convierte en una suerte de opción religiosa.
Estas semanas los chilenos estamos bombardeados por reportajes, entrevistas, libros sobre la Unidad Popular y el golpe militar: tenemos la oportunidad tal vez de darnos cuenta de lo fácil que es perder la cabeza y ser poseídos por la razón de la sinrazón —como decía el Quijote—, nadie está libre de “encenderse” y enceguecerse por la pasión por lo imposible. Chile, antes del 11 de septiembre, era un país electrizante (guardo recuerdos de ello en mi memoria de niño de 12 años), maravilloso para la épica y la lírica, pero un país que por estar tan “cargado”, tuvo un cortocircuito que terminó incendiándonos y después llevándonos a una larga noche. Me imagino que a eso se refiere el Presidente Boric cuando afirma que siente que está muy cargado y que si “toco a alguien le voy a dar electricidad en cualquier momento”. Pero el 4 de septiembre del 2022 los chilenos prefirieron bajar el voltaje y evitar electrocutarse. En septiembre, desde niños, hemos aprendido lo peligroso que puede ser que los volantines se enreden en los cables eléctricos. Andrés Bello en su poema “El Cometa” metaforiza como volantines desbocados los sueños que se alejan demasiado del suelo firme de la realidad y le reprocha al pueblo esa temeridad: “tú, pueblo insensato,/ que llamas a la ley servil cadena/ y en licenciosa libertad venturas y glorias te figuras,/ eso mismo te ensalza, que te enfrena”. Qué feliz habría estado Bello ese 4 de septiembre del 2022 al ver a un pueblo sensato apegarse más a la ley y el orden que a la locura. Aunque, ¡ojo!, niños temerarios sigue habiendo en este país, niños que desoyen las advertencias y arriesgan electrocutarse con sus volantines insensatos.