Esta semana, mientras el país se inundaba, la Cámara de Diputados daba un triste espectáculo. Diputados de derecha buscando exaltar la declaración de la Cámara de 1973 y diputados de izquierda intentando condenar una declaración histórica de hace 50 años.
Todo en medio de insultos, groserías y coprolalia.
Así las cosas, la conmemoración de los 50 años encuentra a una élite profundamente polarizada, que probablemente no se condice con un país que mayoritariamente quiere acuerdos. De hecho, en la última encuesta Criteria, solo el 16% piensa que la conmemoración “nos une como país”.
El Gobierno, tras el fracaso de la fórmula de Patricio Fernández, lejos de propiciar un “nunca más convocante”, ha propiciado un “nunca más acusador”, una forma de recobrar la mística perdida, reescribiendo la historia a costa de la convivencia.
Es paradójico: la izquierda esgrime que no se puede separar el golpe de la dictadura. La derecha, por su parte, señala que no se puede separar el golpe de la Unidad Popular.
Y, en parte, ambos tienen razón. Y en parte, ambos están equivocados.
Lo ocurrido en la dictadura fue aterrador. Muertos, torturados y exiliados. Son muchos en la derecha que hoy dicen “yo condeno las violaciones a los derechos humanos”, pero ello no blanquea su apoyo a la dictadura. Incluso en el hipotético caso de que no se hubieran violado los derechos humanos, el gobierno de Pinochet tuvo muchos otros hechos condenables: ausencia de libertad, concentración del poder, censura, corrupción, etc. Por lo tanto, lo que vino después del golpe no tiene forma de justificarse. Peor aún: en uno de sus errores históricos más grandes, 17 años después y conocido todo lo que se conoció, la derecha propició que siguiera Pinochet al mando.
Lo ocurrido en la Unidad Popular fue desastroso. Una agrupación marxista leninista que tenía un objetivo claro que era la revolución del proletariado. Y si bien Allende fue algo más zigzagueante (de hecho, está su famosa declaración desechando la dictadura del proletariado que causó escozor al interior de la UP), la mayor parte del grupo quería terminar con la “democracia burguesa”. Lo que vendría después no es difícil de imaginar. Todo ello en medio de los evidentes traspasos de la legalidad y un delirante manejo económico. Eso explica que, en ese momento, tres expresidentes (González Videla, Alessandri y Frei) y tres futuros presidentes (Aylwin, Frei hijo y Piñera) apoyaran el quiebre constitucional.
La derecha chilena, tardía y tímidamente, una vez recuperada la democracia, se fue alejando del pinochetismo. Una parte importante de la izquierda chilena, tempranamente en los 70, tuvo una visión muy crítica de lo ocurrido en la UP. Transcurridos 50 años, avanzamos hacia atrás. La izquierda mitifica más a la Unidad Popular y la derecha defiende más a Pinochet.
Así las cosas, no solo se ha perdido la posibilidad de buscar un reencuentro, sino que se ha polarizado más la sociedad. Tenemos a una parte de la derecha más cavernaria y a una parte importante de la izquierda que no asume su responsabilidad del fracaso de la UP y que, cuando puede (estallido y Convención Constitucional), vuelve a levantar las banderas de la radicalidad.
Mientras tanto, silencios cómplices imposibilitan encontrar a quienes siguen desaparecidos…
Reivindicar la declaración de agosto de 1973, donde se denuncia la inconstitucionalidad de la UP, no tiene nada de malo en sí mismo. Esa declaración fue una obligación para denunciar los hechos, y no se puede hacer cargo de las consecuencias que implicó. El gran problema son las formas vistas esta semana, porque la degradación de la convivencia contribuye a la degradación de la democracia.
Evidentemente, ya es tarde, pero es imposible no mirar cómo Uruguay conmemoró los hechos (pese a las obvias diferencias de los hechos históricos en ambos países).
Llegada la fecha, los 3 expresidentes vivos y el presidente en ejercicio se juntaron. Hablaron 12 minutos en total.
El presidente Lacalle Pou dijo que “hay motivos suficientes para no ponernos de acuerdo hacia atrás. Pero sí lo podemos hacer de cara al futuro”. Pepe Mujica dijo: “Cuidemos la convivencia, que es la manera de cuidar la democracia”. Lacalle dijo: “La lucha política llega hasta cierto punto. Se deben propiciar las coincidencias”. Y Sanguinetti, tal vez, hizo el mejor resumen: “Nunca más a la violencia, a los mesianismos autoritarios, a las utopías revolucionarias, a la intolerancia, a la descalificación del adversario y al desprecio de los principios democráticos”.
En Chile, en cambio, se eligió exacerbar el conflicto.