Lamentable la caída de la embajadora en Gran Bretaña. Ha sufrido críticas implacables. Recibió ataques de extrema bajeza, siendo el Presidente Boric y la Cancillería de la época los verdaderos responsables de su nombramiento y a cargo de una orgánica defectuosa.
Al ingresar a un mundo que le era desconocido, debió haber recibido una rigurosa inducción y claras instrucciones para su desempeño.
Merecía la debida atención en la designación el Reino de Unido de Gran Bretaña, miembro del Consejo de Seguridad, con influencia reconocida en todos los continentes, principal centro financiero de Europa, una de las diez mayores economías del mundo, madre de los parlamentos, con profunda y bicentenaria relación social y económica con Chile, y una notable buena disposición hacia nuestro país, como quedó de manifiesto en la presentación de credenciales de la malograda embajadora al rey Carlos III.
Que ella no proviniera de la carrera diplomática no parece suficiente para descalificarla. Desde el Congreso de Viena de 1815, la función diplomática quedó reconocida como una rama especial del servicio público, por lo que existe consenso en que la mayoría de los embajadores deben ser profesionales. Desde siempre es corriente la designación de embajadores provenientes de otras profesiones. Dante, Petrarca, Boccacio y Maquiavelo lo fueron, y en la modernidad es una práctica generalizada, considerando que pueden aportar valiosos servicios, capacidades y relaciones que no tienen los funcionarios de profesión.
El problema central de la embajadora es que se excedió en su autonomía en las negociaciones para un proyecto de millones de dólares.
La negociación es de la esencia de la diplomacia y para obtener un resultado práctico requiere de la autorización e instrucciones precisas de la autoridad superior, lo que vale para el sector público y privado. Harold Nicolson, maestro del servicio exterior, recuerda que muchos desastres de la diplomacia lo fueron por falta de tales autorizaciones, indispensables para el apoyo técnico y coordinación de las relaciones internacionales. Agrega que la falta de esos respaldos conduce a la frustración del cometido, pérdidas de oportunidades y, lo más grave, daña la confianza en el país y en el funcionario encargado de representarlo.
En el triste episodio de la embajadora, el Presidente Boric y la Cancillería deben asumir responsabilidades y, desde ya, revisar los procesos de inducción de los embajadores, sean o no profesionales, y apoyar a los funcionarios, para que, sin temor reverencial, representen a sus superiores los límites de sus cargos y las reglas de las negociaciones.
Dos embajadores designados por este gobierno en grandes capitales han sido removidos en menos de dos años. La estabilidad es importante.