Este martes 22, en la Cámara de Diputados y Diputadas ocurrió algo digno de reflexionar en estos días en que se delibera acerca de una nueva Constitución.
A petición de la derecha se procedió a leer el texto de agosto de 1973, que denunciaba un “grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República” por parte del gobierno de Allende. En ese texto se pedía a los ministros que eran parte de las FF.AA. poner término a las situaciones que infringían la Constitución y las leyes.
Esa fue la antesala del Golpe.
¿Tiene esa declaración de hace 50 años, releída hoy, algún significado para el debate constitucional?
Desde luego llama la atención que la declaración de hace 50 años denunciaba el quebrantamiento de la Constitución y a la vez, en los hechos, instaba a los militares a que se la desoyera. Era, por decirlo así, una contradicción performativa: se denunciaba la infracción constitucional de Allende y al mismo tiempo se incurría en una.
La lección que cabe sacar es que las reglas constitucionales no pueden resolver ni contener las discordias absolutas entre las fuerzas políticas, como la que se verificó en 1973. La discordia entonces llegó a tal punto que no había siquiera un consenso mínimo acerca de lo que la regla constitucional demandaba o, mejor, todas las fuerzas políticas esgrimían la regla constitucional no como un compromiso hacia lo que ella establecía, sino como un instrumento en favor de los propios objetivos. Allende torcía la regla para instalar la reforma del área productiva; la derecha, para impedirlo. Pero ambas estiraban o torcían la regla constitucional.
La moraleja es obvia. Si no hay concordia —Cicerón insiste en esto una y otra vez y vale repetirlo hoy— la sociedad se disuelve o se fractura.
Y es que una Constitución no es la base de la concordia, sino que es el resultado o el fruto de ella. En 1973 había reglas constitucionales, pero no se concordaba en ellas. El resultado, visto a la distancia, es que no había Constitución.
Hoy en que se debate una nueva Constitución lo que está en juego, aquello que se pone a prueba, es la existencia en la sociedad chilena de una concordia siquiera mínima.
¿Existe?
Por supuesto sería absurdo aspirar a que exista una coincidencia en todos los aspectos relevantes de la vida social. Una concordia de todos en todo, es un ideal irrealizable en condiciones modernas. Las sociedades modernas, las sociedades abiertas, son plurales y en ellas coexisten convicciones de contenido muy distinto. Buscar la concordia en todo importaría ahogar el valor de la diversidad y la autonomía. Luego, la pregunta relevante para quienes debaten la Constitución es ¿cuáles son los aspectos acerca de los cuales la concordia es indispensable para que exista algo así como una sociedad, algo que evite que ocurra de nuevo lo de agosto del 73, cuando cada fuerza política acusaba a la contraria de torcer y maltratar la Constitución?
La actitud de la UDI, Renovación Nacional, Evópoli y los republicanos no es un buen signo de que esa concordia exista. Y no porque la lectura de esa declaración de hace 50 años sea inamistosa e innecesaria y torpe. Si fuera eso, carecería de importancia. Lo grave es que revela la convicción de que un golpe de Estado se puede legitimar y que, más encima, ¡se puede legitimar esgrimiendo la misma Constitución que se supone quebrantada! Algo así como llamar a actuar contra la Constitución para defenderla.
El acto revela, en suma, una convicción difícil de conciliar con la búsqueda de un acuerdo constitucional hoy día.
Las fuerzas políticas (especialmente la derecha, a juzgar por ese acto de lectura) deben concordar en que una regla constitucional debe ser incondicional, lo cual quiere decir que no debe quebrantarse en modo alguno.
Pero es difícil ver esa convicción en quienes leen una declaración cuyo sentido la dictadura esgrimió una y otra vez para justificar el golpe de Estado.
Carlos Peña