El individualismo se ha vuelto una mala palabra, al punto que a veces se la equipara al egoísmo. Resulta triste para el concepto que Karl Popper describiera como “la creencia en el ser humano como un fin en sí mismo”, no solo como un miembro de una tribu; como un ser provisto de razón, no un mero manojo de deseos.
Desde 1981, World Values Surveys (WVS) elabora un mapa de valores de las sociedades. En el eje tradicional-secular mide la importancia de la religión. En un segundo eje, mide el grado de autonomía de los individuos a la hora de planificar su vida vis a vis el apego a un grupo de pertenencia. Al polo de mayor autonomía lo denominan “autoexpresión”; al de autonomía restringida, lo llaman “de supervivencia”, porque estas restricciones son una forma de protección en sociedades donde la vida está amenazada.
WVS hace encuestas en 90 países y los posiciona en estos dos ejes. Los países tienden a parecerse por región: en el extremo más secular y de mayor autoexpresión se encuentra la Europa protestante, mientras que en el más tradicional y con valores de supervivencia se ubica el África musulmana. Latinoamérica se inclina hacia el tradicionalismo, pero con posiciones medias en el eje autoexpresión-supervivencia. Chile, con un salto enorme en secularismo y otro grande hacia la autonomía individual, se arrancó de su zona, acercándose a países asiáticos no confucionistas, como Tailandia o Singapur.
“El paso de los valores de supervivencia a los de autoexpresión”, del que Chile ha sido parte, “está ligado a una creciente sensación de seguridad existencial y autonomía humana, que produce una cultura humanista de tolerancia y confianza, en la que la gente valora relativamente la libertad individual y la autoexpresión y tiene orientaciones políticas activas”, dice el último reporte de WVS. Así, el individualismo, con su vocación por la autonomía humana y la elección, acepta y valora la diversidad. Es una conclusión interesante para tantos que aman la diversidad, pero detestan el individualismo.
La comunidad tiene virtudes evidentes, que son resaltadas seguido. Pero también puede ser opresora para el individuo, sobre todo para las minorías. No hace falta pensar en sectas o totalitarismos; hay, por ejemplo, estudios que muestran que en EE.UU. las tasas de suicidio adolescente aumentan fuertemente en períodos de clases, debido al bullying en las comunidades escolares (Hansen, Sabia & Schaller, 2022).
Aun así, la transición desde lo que Popper llama una sociedad cerrada hacia una abierta, con más autonomía, tiene sus propias tensiones. “Hay muchas personas (…), que viven en el anonimato y la soledad y, por lo tanto, viven infelices”. Las relaciones abstractas de la sociedad abierta, como las del mercado, son malos sustitutos de una vida en común. Con comunidades pequeñas y débiles, el individuo se siente a veces perdido, desamparado. La posibilidad de definir el sentido de su propia vida acarrea el pavor de no encontrarlo.
El mapa de valores de WVS muestra que Europa y Estados Unidos no han hecho otra cosa que crecer en su individualismo en las últimas décadas. En The Economist, Christian Welzel, de WVS, se preguntaba si seguirán volviéndose cada vez más seculares e individualistas; “no he visto señales de que haya un límite”, concluía.