Javier Milei ha ocupado todos los titulares sobre las recientes elecciones primarias en Argentina, y Cristina Fernández, por ahora, pasó a un segundo plano. Pero nadie que la conozca puede creer que “la jefa” se quede tranquila tras bambalinas, después de veinte años de manejar los hilos del poder.
Muchos se preguntan qué pasará con su liderazgo y cuáles serán sus próximos pasos para mantenerse vigente en la política trasandina. Que se retire a escribir sus memorias en El Calafate es impensable, y también que se quede de brazos cruzados mientras ve que el kirchnerismo se derrumba.
Cristina Kirchner es una astuta y hábil política, con una gran capacidad de armar estrategias, menos certeras que las de Néstor hay que reconocerlo, pero ha demostrado saber cómo manipular y dominar a sus partidarios y adversarios. Después de renunciar a postularse, dio un paso atrás y casi no apareció en las campañas de las PASO, dejando el protagonismo a Sergio Massa. Pero el lunes pasado rápidamente volvió a su oficina del Senado, donde se reunió con los referentes del kirchnerismo: su hijo, Máximo; el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, y su alfil en el gobierno, Wado de Pedro, para analizar los resultados y evaluar las posibilidades para octubre.
Nada de retirarse al campo. Había que medir el impacto que le supone al peronismo haber quedado tercero en las preferencias del electorado y perder casi la mitad de los votos de 2019. Cristina siempre puede culpar a otros, porque no estuvo en la primera línea de la campaña. Pero está claro que ni ella ni La Cámpora, la facción izquierdista del PJ que lidera su hijo, mantienen el atractivo que tenía su mensaje populista, de cercanía con el pueblo, emulando a Evita, a pesar de todos los bonos y regalías con que trataba de compensar la crisis permanente en que vive Argentina. Por más que Cristina y sus seguidores hayan intentado desmarcarse del fracasado gobierno de Alberto Fernández, los argentinos saben que ellos tienen gran responsabilidad por el descalabro económico y financiero del país; la inflación de más del 100 por ciento al año; el aumento de la pobreza, que llega al 40 por ciento de la población, y la “grieta” que divide a los argentinos.
Ahora, pareciera que la supervivencia del kirchnerismo estuviera en manos de Kicillof, el favorito de la vicepresidenta, el que desesperadamente necesita ganar la reelección en la provincia de Buenos Aires. Si triunfa, quedaría posicionado para una candidatura en 2027 (que no pudo obtener este año por las permanentes disputas en el partido), pero, lo más importante, le salvaría la cara a Cristina. Con toda la mochila de procesos abiertos en la justicia por casos de corrupción en su entorno, y ya sin la inmunidad que le da su cargo (que concluye en diciembre), la señora Kirchner necesita una buena victoria política que le dé sustento a su liderazgo. ¿Asumirá algún rol en la campaña o se quedará al margen para evitar contaminarse más con una probable derrota? Con Cristina nunca se sabe: decidirá de acuerdo con sus intereses.