Seguramente si a un hincha de Universidad Católica le preguntan qué equipo de los cuatro que ganaron el tetracampeonato le llenó más el gusto —o el paladar, como tanto les gusta decir en San Carlos de Apoquindo—, lo más probable es que las escuadras de Gustavo Quinteros y Ariel Holan sumen más votos (con una tendencia mayor en favor del segundo, ya que el primero hoy se pasó al “bando enemigo”).
¿Y el equipo de Paulucci? Difícil que sea el favorito, porque en la familia cruzada se cree que ahí el mérito fue más de los jugadores que supieron revertir un mal comienzo exhibido del DT Gustavo Poyet.
Tampoco el equipo que dirigió el español Beñat San José genera en los hinchas mayor adhesión. La propuesta del DT hispano, que hoy tiene a Bolívar en los cuartos de final de la Copa Libertadores, fue desestimada, incluso criticada por un sector de los seguidores de la Católica (y por varios jerarcas del club) por ser, por llamarla de algún modo elegante, pragmática, muy fría, demasiado apegada a teorías añejas.
Y sería bueno detenerse en este punto porque justamente en el momento en que la UC gana su primer título del torneo es cuando hay un quiebre importante de los principios técnicos del club.
Se produjo un cambio de un relato. Porque con San José se ganó porque se aceptó el cambio de acuerdo al material humano que se contaba. Pero eso ya no bastó.
Y es que luego de la salida de San José, la elección de los DT en la Católica ya no se basó en la propuesta de aquellos, sino que se hizo fundamental que el que llegara asumiera como suyo el nuevo orden de los cruzados: jugar en forma más física, forzando la presión, con la idea de ahogar al rival. El fútbol de toque casi moría para que naciera y creciera robusto el de directo. Había que “progresar”.
En efecto, la UC dejó de ser un equipo de excesiva tenencia para transformarse en uno que trataba de transitar rápido, en especial por las alas.
Hubo claramente un buen andar. Llegaron más títulos, pero también hubo costos. El principal es que la UC dejó de tener un talento distinto en el mediocampo. Al “10” tradicional se le empezó a exigir que soltara la pelota rápido, que se abriera como externo, que fuera un simple pivot sin gran opción resolutiva.
Diego Buonanotte fue el primer damnificado. El DT Quinteros lo mandó a ser casi un puntero. Holan, en tanto, en su primera estadía, le fue dando cada vez menos responsabilidades. Hasta que el exjugador de River fue la tercera alternativa de reemplazo.
Holan, en su regreso a la banca de la UC, terminó de hacer el trabajo. Le bajó el dedo a Felipe Gutiérrez, otro “10” que juega a la antigua, con la pelota al pie.
Y la Católica, con la partida de los que sostenían el nuevo relato (Aued, Fuenzalida y más tarde Dituro, que iniciaba el fútbol directo con sus saques) se quedó sin propuesta institucional y sin fútbol.
Hoy la UC paga el costo. No tiene nada salvo individualidades. El plantel se hizo a base de supuestos y no de verdades.
Falta un nuevo relato, una revisión total para salir del pozo.