Visitar Venecia impacta. Sus puentes, edificios, calles y recovecos dan cuenta de una ciudad única. Recorrer la plaza de San Marcos y su basílica (828/829), el Palacio Ducal (1340), toda su infraestructura, permite reconocer el poder transformador de siglos de progreso. Pero, ojo, también que este no está asegurado. Si no se cultiva el crecimiento, la promesa de un mejor futuro se acaba.
El origen de la ciudad de los canales se remonta al siglo V. Frente a los ataques de pueblos germanos, 118 islas enclavadas en la laguna de lo que es hoy el noreste de Italia ofrecían una protección natural. Y pronto sus residentes se darían cuenta de que la ubicación daba una ventaja comparativa económica inigualable.
A partir del siglo noveno, los intercambios comerciales en esa parte del planeta comenzaban a desarrollarse con fuerza. Venecia, entonces, dio en el clavo. A diferencia de lo que ocurría en el oriente, donde los reinos eran emprendedores, al inicio del medioevo allí se fomentó la creación de organizaciones privadas (colleganza) para el desarrollo de negocios. Además, en lo que fue un segundo acierto (1032), reformas institucionales limitaron el poder del Ejecutivo mientras promovían el crecimiento inclusivo. Se buscaba, tome nota, eliminar la posibilidad de expropiación y fomentar la colaboración entre privados.
La suerte ayudó, pero fue potenciada por visión y liderazgo. Frente a los ataques de los normandos, el imperio Bizantino buscó apoyo en la incipiente armada veneciana. ¿El precio? Un acuerdo comercial que en 1082 le brindó a Venecia acceso libre de impuestos a los 23 puertos más importantes de Bizancio y derechos de propiedad a sus mercaderes. Esto fue también acompañado por la conformación de una institucionalidad pronegocios que ya en el siglo XIV incluía un sistema financiero y marco legal sólidos. ¿Resultado? Se estima que entre 1300 y 1550 el GDP per cápita de la zona era de $1.600 dólares (1990, PPP) y el territorio italiano tenía el doble de riqueza que Francia o Inglaterra. Es ese el esplendor que se percibe en los paseos en góndola.
Luego vinieron la comodidad y el desgaste. Temprano en el siglo XIV la política fue contaminada por grupos de interés que modificaron las reglas del juego: la participación parlamentaria se hizo hereditaria (Serrata de 1297) y se limitó la entrada de nuevos emprendedores al comercio. Esto afectó la competencia política y económica, amplificando las desigualdades (Puga y Trefler, 2014). La clase dirigente no aprovechó la expansión de los mercados (nuevas vías y puertos), guerras pasaron la cuenta y la industria textil veneciana perdió competitividad. El declive fue tal que cuando Napoleón cedió Venecia a Austria (1798), la que había sido una de las repúblicas más boyantes del planeta no tuvo más que agachar el moño.
Venecia nos enseña que ni siglos de progreso pueden blindar a una nación de la decadencia generada por mala gestión y corrupción. En economías modernas tal espiral de fracaso y frustración es mucho más veloz. Siglos hoy son décadas. Una vuelta equivocada y una nación que progresaba pasa a ser un lugar de recuerdos, a veces un destino turístico glorioso, pero no de futuro para su gente.