La contratación por parte de Azul Azul del entrenador argentino Mauricio Pellegrino no tuvo más sustento que el básico deseo de los dueños de la sociedad anónima de encontrar un entrenador que le diera cierto sustento futbolístico al equipo y detener el negro período vivido por el equipo en los últimos años.
Se dirá que en la elección del exzaguero de Vélez Sarsfield hubo una evaluación técnica fina, pero aquello es poco creíble: no más asumió Pellegrino en la U, los mismos que lo contrataron comenzaron a exigirle al argentino ya no solo que estabilizara la escuadra, sino que también le diera un tinte ofensivo, con el fin no solo de agradar a la vista y dejar tranquilos a los hinchas, hastiados de ser constante comparsa, sino que, suponían ellos, como base para que sus valores jóvenes “exportables” —Darío Osorio y Lucas Assadi— pudieran mostrarse y seducir en el mercado internacional.
Pero ese deseo no se concretó por dos razones fundamentales. La primera es que Pellegrino aplicó en Universidad de Chile el mismo criterio que ha aplicado en toda su carrera como entrenador, es decir, el de conformar el equipo en base a la solidez defensiva y no en la apuesta irracional y desesperada por llegar al arco contrario. La segunda es atribuible a los jugadores, porque la mayoría de ellos se sintió cómoda con el discurso de Pellegrino, inhibiendo así cualquier asomo de desparpajo ofensivo.
Hay que dejar en claro que en esta dicotomía entre lo que se pensó y lo que se pudo hacer, Mauricio Pellegrino fue imponiendo sus convicciones. Pese a todo, el adiestrador logró darle un sello al equipo, como quizás no tenía desde hace tiempo. Porque puede que a muchos les incomode ver a una U sostenida en la defensa y tratando de jugar de contraataque (o reconversiones). Mas es, al menos, una forma clara de jugar que les permitió a los azules alcanzar a ratos un nivel más que aceptable.
Pero eso mismo generó contradicciones. Se leyó, erróneamente, que eso bastaba para lograr protagonismo y estelaridad.
Pellegrino captó esta nueva visión y terminó metido en una encrucijada: darle vuelta a su esquema para competir —lo que implicaba, sin duda, refaccionar y potenciar el equipo— o mantenerse firme en su propuesta, simplemente porque no había más que hacer con lo que tiene.
Los hechos han demostrado, en el inicio de la segunda rueda del torneo, que el DT tuvo que optar por el segundo camino.
Azul Azul no quiso hacer inversiones y la sola traída del lateral Vicente Fernández fue la contribución dirigencial para que la U pelee cosas importantes a nivel local. Muy poco.
El caso es que la U, ahora, está en medio de la reevaluación técnica. Pellegrino se ha resistido a mover sus principios y hoy aparece como el gran responsable de la baja de rendimiento azul, curiosamente por hacer jugar al equipo de la misma manera que en la primera rueda.
No debería ser así.
Si en Azul Azul querían otra versión de lo expuesto, debieron primero saber a quién elegir en la banca y entender que los planteles requieren ser remozados si los objetivos van cambiando.
Esto es algo que debe reflexionarse. Porque la U ya no es el equipo desesperado y confuso de los últimos años. Pero tampoco es uno que esté para hacer revoluciones.