A diferencia de la gente culta y preocupada de los grandes dilemas humanos que vio la película Oppenheimer, yo fui a ver Barbie. Tuve una infancia sin Barbies, tal vez sufro síndrome de abstinencia. Mi mamá, profesora de filosofía, jamás quiso comprarme una (por ser una muñeca cara y tonta, en ese orden). Así que pasé mi niñez soñando con la Barbie Malibú.
La película es una fantasía cómica que se disfruta como un chicle, al principio azucarado y luego no tanto. Es una mezcolanza —muy posmoderna— que conjuga la arena rosada con la autorreferencia, incluida la aparición de Mattel y de Ruth Handler, creadora de la muñeca. Narra el escape de la “Barbie estereotípica” (así se llama) al mundo real, desolada pues le aparece celulitis.
La cinta ha sido tachada de “corporativa” y de “exponer un feminismo incoherente”. Para mí, la película es la caricatura de una caricatura y la doble negación da positivo. Me gustó Barbie. Tiene levedad y conciencia de sus distintas connotaciones, imposibles de conciliar. Asume el desafío con inteligencia, humor y espíritu lúdico. Y no es para niños pequeños ni para fanáticos de “El ciudadano Kane”.
Ya antes del estreno se generó un intenso debate sobre si la “Barbie astronauta” o la “Barbie doctora” impulsaron a la niñas a ser profesionales o, en cambio, su ideal de belleza amargó a generaciones de mujeres. Según el crítico Justin Chang, es justo lo que expone el filme. “La película no solo renueva el interminable debate sobre Barbie. Quiere representar ese debate, argumentar ambas posturas”.
El enfoque sobrepasa el fenómeno Barbie. El filme promueve y deconstruye a la muñeca bronceada, pero también al feminismo. Y bosqueja un retrato —leve e irónico— del momento actual del movimiento, con sus innegables y heroicas conquistas, pero también sus trizaduras, dudas y contradicciones. ¿Cómo ser feminista y denunciar la grave violencia contra la mujer, si no se puede definir lo que es una mujer? ¿Hablamos de sororidad, pero también gritamos “puta o maraca, pero nunca paca”? ¿Hay que atacar la explotación femenina, pero defender la maternidad subrogada y pagada?
Hace poco, en España, los tres invitados a un debate (Abascal, Sánchez y Díaz) fueron incapaces de definir lo que para ellos es una mujer. Tras décadas de activo feminismo, resulta que ahora es mejor no hablar de “ciertos temas”.
El filme critica la tóxica —y tan presente hoy— masculinidad insustancial y sexista (Ryan Gosling está genial como Ken), pero también a la adolescente engrupida que tacha todo de “fascista”. Y pone bajo la lupa la filosofía que retrata la vida de toda mujer como un infierno permanente, por culpa de cada hombre (o macho violador).
Se percibe en la película la energía femenina de su directora, Greta Gerwig. Y aunque mi físico latino —pelo negro y baja estatura— esté a años luz de la cabellera dorada y estilizada figura de la muñeca, tras la película me sentí un poco Barbie. Ser mujer hoy es tan desafiante, cansador e incierto como cuadrar el círculo o como la misión de Barbie en el mundo real. Hay que tener humor, audacia (y algo de ropa rosada) para acercarse a la meta. Pero ¿qué meta?