En todo tiempo, y de manera especial cuando enfrentamos conflictos éticos, como en el presente, nos preguntamos sobre lo bueno y lo bello, y en especial sobre la verdad del ser humano. En muchas cosas podemos pensar diferente, en algunas nos podemos incluso equivocar... Pero el sentido de la vida es algo demasiado importante, frente a lo cual no podemos obrar con necedad. De esto se trata cuando hablamos de la sabiduría.
En las Sagradas Escrituras constantemente se elogia esta sabiduría, la que se ve principalmente encarnada en los ancianos. Ellos son los que han acumulado experiencia a través de los años y serán los encargados de transmitir a los hijos y nietos cómo vivir la vida. Esta sabiduría no se refiere a una acumulación de conocimientos, sino a una verdad que es la más importante de todas: cómo resolver el misterio de la vida.
Es en este contexto de sabiduría en el que podemos interpretar las parábolas del evangelio de este domingo: el tesoro escondido y la perla más valiosa de todas. El tesoro verdadero se refiere "al hombre y la mujer nuevos" que nos propone Cristo en el evangelio. A muchos nos ha pasado que ha sido una palabra del evangelio que hemos escuchado, o la explicación de esta, o algo que leímos de Jesús, lo que nos llamó la atención y, de alguna manera, supimos que detrás de ello había una verdad que abarca todas las otras verdades. Vimos un destello de luz y supimos que ahí había un verdadero tesoro. Lo experimentamos por casualidad, como algo gratuito y lo tomamos porque nos cautivó. Esto nos hizo preguntarnos por la verdadera sabiduría; y a partir de ese destello de verdad quisimos todo el tesoro que contenía...
La perla preciosa es un símbolo de la belleza humana. Nosotros somos buscadores de esa belleza. Y es cierto que en distintos lugares del mundo encontramos perlas muy finas, muy bellas. Pienso en la belleza que encuentra el judío en la Torá, o la que encuentra el musulmán en el Corán, y la sabiduría bella de las antiguas escrituras sagradas de la India. En fin, es la belleza humana esparcida como semillas por todas partes. Los cristianos, en el evangelio, hemos descubierto la belleza más pura respecto a la vida humana: el amor del que da la vida incluso por el enemigo. La consideramos la perla más preciosa de todas.
Esta perla preciosa y este tesoro del campo son caros. No es que cuesten algo, sino que lo cuestan todo, porque no hay algo más grande que la verdad sobre la vida y su sentido. El precio por ellos es invertir la escala de los valores que nos mueven, y poner siempre en primer lugar al otro, buscando amarlo y servirlo. Algunos piensan, y a lo mejor así lo hemos enseñado de forma errónea, que esto implica muchas renuncias. Claro, en la parábola se vende todo para comprar el campo o la perla, pero no se trata de lo que dejamos, sino de lo que obtenemos. En este caso, se obtiene la verdadera felicidad.
Sería muy triste llegar al final de la vida y descubrir que esta no vale nada, que nos equivocamos en lo que era realmente importante y cultivamos aquello que se corrompe, se deshecha y se quema porque no sirve. El evangelio contiene la sabiduría más importante de todas, aquella por la que vale la pena jugársela todo porque contiene lo bello, lo uno, lo bueno, lo verdadero. Contiene la verdad sobre Dios, sobre el ser humano, sobre la vida y sobre el mundo. Lo contiene todo.