En los tiempos que corren se han impuesto una desconfianza y un pesimismo muy parecidos al cinismo, como si quienes exudan la primera y hacen ostentación del segundo creyeran que de esa manera se muestran más inteligentes que los demás. “A mí no me meten el dedo en la boca”, parecieran decirnos, y van por ahí con una leve sonrisa irónica y autocomplaciente. En esta columna no quisiera caer en una actitud como esa, mas no por ello fingir una confianza o un optimismo que empiezan a escurrírseme como agua entre los dedos.
Sabemos que aquel 20% que rechazó la idea de una nueva Constitución es ahora mucho más. A ese incremento colaboró el mal llevado proceso de la ex-Convención y una fatiga ciudadana ante el tema constitucional, desplazado por la crisis económica y los problemas de seguridad interna. Uno puede lamentar ese hecho y sumarle también otras causas, pero el hecho cierto es que una parte importante del país ha venido cayendo en una involución de su entusiasmo constitucional. Agreguemos también que muchos de quienes aprobaron en un plebiscito la idea de una nueva Constitución lo hicieron únicamente como una vía de escape de la grave crisis política y social que se vivía a fines del gobierno de Piñera y no por una convicción suficientemente firme de que había llegado el momento de reemplazar la Constitución de 1980.
Existe ahora el temor de que a lo antes descrito se esté agregando una inclinación ciudadana hacia posiciones de esa derecha más dura que nunca ha querido prescindir de la Constitución del 80, a la que podría estar sumándose, de manera expresa o tácita, parte de la derecha tradicional del país. Esta última, algo acomplejada ante el avance de la derecha más dura, querría ponerse a tono y no parecer menos ante los ojos de sus votantes habituales. Por lo demás, esa derecha más dura está pensando antes en La Moneda que en una nueva Constitución, y para ella constituiría un triunfo que el nuevo proceso constituyente fracasara tan de plano como lo hizo el anterior.
Si así fueran las cosas, lo que conviene a esa derecha dura, tal como está ocurriendo al interior del Consejo Constitucional, es incorporar en la propuesta que será plebiscitada en diciembre la mayor cantidad de normas que consigan espantar el voto Apruebo de parte de la derecha moderada, de la centroizquierda y de toda la izquierda del país, es decir, de la mayoría, para celebrar luego, con bombos y platillos, la pervivencia de la Constitución que siempre han preferido: la que rige desde 1980. De esta manera, la derecha más dura estaría trabajando desde ahora, sin confesarlo, por el futuro rechazo de una nueva propuesta constitucional, un objetivo en el que podría tener más éxito justo en la medida en que consiga incorporar en ella sus posiciones más extremas. ¿Qué declararía esa derecha si se llegare a rechazar la propuesta del Consejo en el que ella fue amplia mayoría? “¿Ven?, la gente quiere la Constitución del 80”.
Lo que buscaría el sector de la derecha que domina en el Consejo es salvar la Constitución de Pinochet a fuerza de recargar la futura propuesta con sus ideas más extremas. Se muestran coherentes en eso y, además, podrían conseguir su objetivo de mantener vigente la Constitución actual. De allí que la derecha moderada, así como lo que queda de la ex-Concertación y que no forma parte del actual gobierno, tendrían que denunciar ese hecho, salvo que en aquella y en esta se impongan también los que, sin decirlo nunca expresamente, y desde el proyecto de Bachelet en adelante, nunca han querido realmente una nueva Constitución. Para ello, sin embargo, la derecha moderada y ese sector de la ex-Concertación tendrían que controlar la bronca que les producen el actual gobierno y la ex-Convención.
¿Serán capaces?