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Editorial
Jueves 27 de julio de 2023
Capitalismo y confusión
En los hechos, el deseo de terminar con el capitalismo es contradictorio con los anhelos de mayor progreso y bienestar social.
Comprender la complejidad que han alcanzado las sociedades representa uno de los mayores desafíos de estos tiempos. Desde la organización de sus instituciones hasta el funcionamiento de los mercados, pasando por el papel del Estado en la asignación de recursos y el documentado progreso que generan principios como el derecho de propiedad, solo un entendimiento acabado de estos conceptos permite descartar eslóganes simplistas erigidos desde posiciones extremas y carentes de fundamento empírico.
Lo anterior posibilita poner en contexto la evolución que ha tenido el relato político e ideológico de la izquierda en el mundo. La historia reciente ha demostrado que los principios estructurales del marxismo —y más aún las lecturas de quienes han impulsado su aplicación en la práctica— no han traído la prosperidad que por más de un siglo prometieron. Al contrario, los países que han abrazado estas concepciones no solo han generado pobreza y desigualdad, sino que también han limitado las libertades individuales y colectivas.
La constatación de este fracaso explica el giro de la izquierda desde la promoción de un Estado omnipotente hacia el aprovechamiento de la globalización de la crisis identitaria para posicionar su ideología. Así, no es desde la lucha de clases o las demandas obreras desde donde se levantan sus liderazgos, sino desde el supuesto rol que debería jugar el Estado para reivindicar todo tipo de identidades que proclaman su condición de “víctimas” de un sistema supuestamente opresor. Esto, claro, contradiciendo otra vez la realidad, que da cuenta de cómo son las sociedades capitalistas, con sólidas libertades y Estado de Derecho, las que permiten la plena expresión de la diversidad y mejor garantizan los derechos de las minorías.
Expresión de esa crisis ideológica, en las nuevas generaciones parecen expresarse dos tendencias contradictorias. Una de ellas, producto del progreso conseguido gracias a décadas de desarrollo capitalista, es una fuerte inclinación por el consumo. Pero suele convivir con esta pulsión un relato de justicia social mal concebido, que cuestiona el modelo que les ha permitido acceder a una mayor prosperidad, acusándolo de ser el causante de injustas desigualdades y aspirando a que el Estado suprima estas asumiendo un rol protagónico en la economía. Este escenario es aprovechado por relatos políticos que levantan las banderas de una igualdad tan absoluta como irreal, que descree del mérito —y por tanto niega valor al esfuerzo personal— y desconoce la importancia del crecimiento económico como base para cualquier mejoramiento social sostenible en el tiempo.
Sin embargo, las contradicciones de esta narrativa, que demanda los frutos del progreso, pero deslegitima el camino para lograrlo, terminan siempre quedando en evidencia. El equívoco mensaje de algunos líderes políticos puede ser en este sentido revelador. Fue el caso de las singulares declaraciones del Presidente Gabriel Boric, quien, en reciente entrevista con la BBC durante su gira por Europa, insistió en su intención de terminar con el capitalismo. Esto, luego de haber alentado, en el mismo viaje, a inversionistas extranjeros a destinar capitales a Chile. No es posible descartar que la confusión presidencial —apoyada desde el oficialismo por declaraciones de otras jóvenes autoridades igualmente confundidas— haya sido producto de una interpretación equivocada de lo que significan, por ejemplo, un Estado de bienestar o incluso un sistema capitalista, olvidando desde luego que los más sólidos Estados de bienestar en el mundo han sido construidos por sociedades que han alcanzado el progreso gracias a un modelo de economía libre. Y que, en cambio, el fracaso de los países que han intentado derribar el capitalismo ha sumido a sus habitantes en la pobreza y la frustración.
De cualquier modo, los dichos son confirmatorios de la necesidad de estudiar y comprender tanto los principios del progreso como aquellos que confinan a las naciones al subdesarrollo. Más allá de cualquier consideración ideológica, el deseo de “superar” el capitalismo aparece, a la luz de la experiencia histórica, como profundamente contradictorio con los anhelos de cualquier sociedad que busque conseguir un mayor bienestar para sus miembros.