“Hoy se habla de Sulantay”.
Así comenzaba la nota de la primera página de la revista Estadio del 13 de agosto de 1964.
El título era “Se seguirá hablando”.
No podía saber el distinguido comentarista y futbolista retirado, Alberto Buccicardi, que se seguiría hablando por muchos años, hasta este 2023, cuando el fútbol chileno lamenta su muerte, con 83 años de vida y más de sesenta dentro o al borde de la cancha, como exitoso jugador o entrenador.
Decía la nota: “Los jugadores de Universidad de Chile deben tenerlo muy presente. Sergio Navarro, en especial. Porque dentro de la pequeña obra maestra que significaron esos primeros cinco minutos del segundo tiempo, el serenense tiene que haber sido nombrado por los locutores que transmitían el partido más veces que muchos jugadores durante noventa minutos”.
José Sulantay había estado en el fútbol ya diez años antes, pero su condición de provinciano lo había alejado de los grandes clubes y medios. Además, en Coquimbo, su ciudad natal, no apreciaban debidamente a los de casa y eran deslumbrados con facilidad por jugadores afuerinos. Ni siquiera su presencia en la selección juvenil de 1958 fue suficiente carta de presentación para vitrinas más visitadas. Y no pudo subsistir hasta el final en los planes de Fernando Riera, porque, se dice, el técnico nacional prefería tener cerca a sus candidatos para el mundial.
Lo que se decía por algunos entendidos en 1964 era que “el machuelo” coquimbano era más jugador que Pedro Araya, Rómulo Betta, Eugenio Méndez y Pedro Arancibia (“Pedro Pedro”), cuatro figuras del momento. Sulantay los superaba en destreza y en fuerza (en efecto, encaraba sin problemas a zagueros que lo superaban en porte). Tener hartos años puede ser una ventaja en muchos casos: a mí me permitió, por ejemplo, ver en cancha al bravo alero nortino. No tanto como hubiera querido, pero sí pude verlo con frecuencia cuando defendió a Palestino, entonces dirigido por Alejandro Scopelli, un gran entrenador argentino que dejó grandes enseñanzas (hoy, como se sabe, los técnicos argentinos vienen a aprender). Y comparto las elogiosas opiniones de colegas de esa época.
Lo que sigue en la biografía de José Sulantay (nunca escuché ni leí que lo llamaran “Pepe”) es de sobra conocido. En los años 70 se decide por la carrera de entrenador y a su larguísima lista de clubes en los que jugó en Chile y en el extranjero, agrega a los que dirigió, de los que el paso más exitoso lo dio con Cobreloa al ganar el título de primera división de 1992.
Sin embargo, sus grandes logros se produjeron con las rojas menores y el éxito mayor con la Sub 20 el 2007, con el tercer lugar en el Mundial de la categoría en Canadá, en que es el partero de la Generación Dorada.
José Sulantay siempre dijo que lo que más apreciaba en un jugador era la habilidad, pues el jugador hábil podía desnivelar todo lo demás. Los que fueron sus dirigidos lo recuerdan con gratitud en estos días, también sus colegas y la prensa en general.
Un hombre sencillo, sin poses ni estridencias. Enojón, han dicho también, pero solo con los ignorantes.