La fiesta de la Virgen del Carmen me recuerda de un modo muy vivo su maternidad, en concreto, la preocupación de toda madre por sus hijos, que se adelanta a sus necesidades e incluso a sus problemas o desafíos.
Hoy el evangelio nos cuenta que María asiste a la celebración de un matrimonio donde coincide con su Hijo: "A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda" (Juan 2, 1-2).
¡Con qué alegría e ilusión acudiría!, porque se sumaba la presencia de Jesús. No sabemos desde cuándo, pero se habían separado, tiempo suficiente para haber escuchado noticias de su predicación, la elección de los doce apóstoles, su bautismo por Juan, etcétera. Como madre, quería ver a su hijo: su aspecto, peso, ropa, sueño, etcétera.
En la fiesta de bodas, sin que nadie se lo pida y sin siquiera la advertencia del mismo Jesús, María se da cuenta de una necesidad: va a faltar el vino. Pide a su Hijo, que adelante los planes de Dios Padre: "Jesús le dice: 'Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Todavía no ha llegado mi hora'" (Juan 2, 4).
Y "su madre dice a los sirvientes: Hagan lo que él les diga" (Juan 2, 5 ). A Ella, Jesús no le puede decir que no. Ese día María fue consciente de su grandeza, de su poder, casi de su omnipotencia. Tenía que ser muy prudente y humilde para administrar toda esa autoridad.
El Escapulario es iniciativa suya y fruto de su cuidado materno, y me recuerda mi niñez. Después de llegar del colegio y hacer las tareas jugaba con los perros en el patio. En mi agitación, no me daba cuenta de que atardecía, que bajaba la temperatura, y entonces cuando pasaba cerca de la cocina, mi mamá me llamaba y me ponía un chaleco... plop, con el calor que tenía no entendía.
Ahora, ese chaleco es mi escapulario, una prenda que previene y auxilia un posible mal futuro. El 16 de julio de 1251, la Virgen se le apareció a San Simón Stock, le entregó una prenda y le prometió que "quienquiera que muera portándolo, no sufrirá el fuego eterno". Después al Papa Juan XXII se le apareció la Virgen, vestida del hábito carmelitano, y le prometió: "Yo, Madre de misericordia, libraré del purgatorio y llevaré al cielo, el sábado después de la muerte, a cuantos hubieses vestido mi Escapulario".
Como en las bodas de Caná, el escapulario es una iniciativa materna de María por sus hijos, que nadie le pidió. Un sacramental, un signo sagrado "por medio del cual se significan efectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia" (Concilio Vaticano II, S.C. Nº 60).
El Escapulario del Carmen que bendecimos e imponemos hoy en la parroquia -en muchas iglesias de Chile y del mundo- es una de las devociones más populares, de gran sencillez y que trae valiosos beneficios espirituales.
No falta quien pueda transformar este sacramental en un amuleto. ¿Cuándo ocurre esto? Cuando le atribuimos un poder mágico; es decir, cuando esperamos estos beneficios prometidos sin hacer nada, solo por usarlo.
Gracias a Dios, no solo por llevar el Escapulario uno se salvará del infierno o se abreviará el purgatorio, sino que María necesita de nuestras buenas disposiciones: que por lo menos recemos todos los días tres avemarías, que nos confesemos con frecuencia y que asistamos a misa todos los domingos. En el fondo, el escapulario nos ayuda a morir en gracia de Dios . Hace años, atendiendo a una moribunda que nadie entendía por qué demoraba su agonía, le vi en su cuello el escapulario y entendí que María la sostuvo hasta que acudió el sacerdote: "Todavía no ha llegado mi hora. Su madre dice a los sirvientes: Hagan lo que Él les diga" (Juan 2, 4-5).