“Tiendo a pensar que los gobernantes rara vez han estado por encima de la media, ya sea moral o intelectualmente, y que a menudo han estado por debajo. Y creo que es razonable adoptar, en política, el principio de prepararse para lo peor, tan bien como podamos, aunque, por supuesto, al mismo tiempo deberíamos tratar de obtener lo mejor”. Las palabras son de Karl Popper, en un famoso capítulo sobre la democracia, publicado en 1945.
Popper hizo primero su nombre como filósofo en la rama de la epistemología, es decir, aquella que se pregunta por el conocimiento. Su idea más importante es que una teoría científica no se puede comprobar empíricamente, porque siempre podría aparecer un contraejemplo: basta un cisne negro para echar abajo la idea de que todos los cisnes son blancos. En cambio, lo que sí podemos saber es si una teoría es falsa y, por ello, para Popper el objetivo de la ciencia es proponer teorías que sean falseables. Bajo esta mirada, el avance del conocimiento se debe a un proceso evolutivo en el cual se van descartando teorías que resultan ser falsas. La visión de Popper sobre la democracia es análoga: el foco no debe estar en buscar el mejor gobierno, sino en cómo hacer para que un mal gobierno produzca el menor daño posible.
Es una visión pesimista del ejercicio del poder (quizás propia de un pensador austríaco en la posguerra). En boca de un político, podría aplicarse como: “no sé si soy mejor que otros, pero intentaré hacerlo lo mejor posible (en cualquier caso, después de un período, me pueden remover)”. Posiblemente esta no sería una buena estrategia de campaña, pero como la política choca una y otra vez con los cisnes negros, tampoco parece conveniente para un político plantearse como el gran refundador ni, menos, como dueño de una superioridad moral. Si hay algo que la gente detesta de los políticos es, primero, la corrupción y, segundo, las promesas incumplidas (Cox y Garbiras-Díaz, 2023). La única forma de no haber fallado en el ejercicio del poder es no haberlo ejercido, porque, como dijera Publius, el gobierno es el mayor reflejo de la naturaleza humana y si necesitamos gobierno es justamente porque no somos ángeles.
Recuerdo haber asistido a un evento escolar donde Patricio Fernández dijo que no le gustaba la juventud. Mi memoria es mala, pero creo que la razón era esa actitud, típicamente juvenil, de creer que todo es posible. Hoy pienso que es quizás respecto de la democracia donde ese ímpetu juvenil produce más daño. A la ciudadanía le han prometido todo, incluso lo que nunca pidió, y ya no sabe en qué creer. No por nada, alrededor del mundo el 81% cree que los políticos siempre acaban encontrando la manera de proteger sus privilegios (Ipsos, 2021) y el 58% está insatisfecho con la democracia (Centre for the Future of Democracy, 2020).
Por supuesto, hay muchas cosas detrás del descontento con la política. Pero me pregunto si no estaríamos mejor si quienes participan de ella partieran de la base de que no tienen certeza de ser mejores que otros y de que el avance de la sociedad viene más de ir descartando lo que no funciona que de verdades reveladas que no podemos, lógicamente, conocer.