Había una vez un país que crecía sistemáticamente y con pocas interrupciones, lo que permitió que millones de persones salieran de la pobreza en tres décadas. Por diversas razones —que no viene al caso discutir en esta oportunidad—, una serie de medidas poco favorables a la actividad privada fueron primero predicándose y luego implementándose en los últimos años.
Después del largo paréntesis del covid, la nueva normalidad muestra a un país debilitado y a un gobierno enredado, que no encuentra la manera de insuflar optimismo. Aunque en lo más íntimo una mayoría del gobierno no crea profundamente en el rol de los privados como promotores del desarrollo, la amenaza de que la debilidad se transforme en persistente ha abierto un incipiente debate interno. Como si dos almas estuvieran en conflicto.
Una parte de la oficialidad discute sobre los esfuerzos necesarios para reafirmar su compromiso con la actividad privada. La tarea no es fácil, porque, como bien dijo Aristóteles, “uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. La denostación permanente hace difícil recuperar la credibilidad, pero ello no quita que se hagan algunos esfuerzos para devolver la confianza, y con ello revivir la inversión y el consumo.
Otro grupo dentro del gobierno, sin embargo, insiste en aplicar el viejo plan. Ello pasa, en parte, por impulsar más la influencia gubernamental y, de esa manera, compensar la inexplicable indiferencia de los privados. Aunque tentados en ceder, las mentes más pensantes del gobierno se dan cuenta de que esa estrategia es insostenible y que al poco andar hundiría al país en un lodazal.
Así, (cuasi)convencidos de que la tarea pasa por recuperar la confianza de los privados, las máximas autoridades no encuentran la tecla correcta. Es que entre más pasan los meses, más grande es la prueba de amor que deben entregar para reanimar la inversión de las empresas y el consumo de los hogares. Dejar de lado los sueños de tantos años y las convicciones más íntimas representa un trago demasiado amargo, pero insistir con la receta original pavimenta —literalmente— el camino al fracaso. Por ello, hay un alto riesgo de inmovilismo, cuyas consecuencias son impredecibles, ya que la población, o buena parte de ella, se ha acostumbrado a gozar de las bondades del (pseudo)capitalismo.
Adivine de qué país se trata. Pista: su nombre tiene cinco letras, empieza con “Ch” y no termina con “e”. Cuando el Cuco estatista es suficientemente grande, los privados se asustan, y sacarlos de la guarida no es tan fácil. Al igual que en las películas, es necesario recalcar que cualquier similitud con nuestra realidad es pura coincidencia.