El Partido Comunista ha definido cuál es la correcta interpretación del golpe de Estado del 73. Encontró el calificativo perfecto del cual se deriva toda posición frente al tema. Un tanto gruesa. Pero muy acertada desde su perspectiva porque cierra el debate. Y políticamente bien pensada. Logró lo que buscaba: el Gobierno dio, en los hechos, por clausurado su concepto inicial que era amplio e invitante.
Discutir el argumento del PC no vale la pena.
El interés reside en por qué se quiere suprimir el debate. Posiblemente porque una revisión crítica de la historia y un diálogo desde la memoria implica hacerse cargo de las múltiples variables que llevaron al Golpe y a la dictadura. Ese ejercicio, sin embargo, es necesario porque contribuye a formar una cierta conciencia histórica —historia y memoria— sobre el tejido cívico que a diario construimos como sociedad política.
La historia como disciplina se negaría a sí misma si pretendiera relatos concordados. Por el contrario, propone diversas interpretaciones fundadas que son más o menos convincentes y varían en el tiempo. Este vínculo entre evidencias, interpretaciones, entrecruce de variables, introducción de preguntas nuevas es una de las vertientes de la conciencia histórica.
Y hay hechos. Los detenidos desaparecidos, los degollados, los ejecutados y tanto más no son interpretaciones. Son hechos.
Pues bien. Hay actores que clausuraron el debate. Pero sigue plenamente vigente en múltiples espacios.
El 73 está vivo. Muy vivo. Hay muchas hipótesis de por qué es así. Creo que las hay menos de por qué hubo golpe y ese nivel insospechado y largo de violencia y dictadura.
El Golpe, a mi juicio, no era inevitable. Los problemas sociales eran y son de larga data y no siempre derivan en golpes de Estado. Creo que la ruptura misma se encuentra principalmente en que la política fue incapaz de procesar conflictos ideológicos que conllevaban un progresivo abandono de los principios mínimos de la democracia y de la violencia como una herramienta política legítima. Dicho de otra manera, estimo que el 73 es antes que nada la ruptura de la democracia y específicamente de la política democrática.
Vuelvo a lo anterior. La reflexión histórica sobre esa ruptura a veces parece congelada. O más bien, son muchas las voces que la han sustituido por el concepto de memoria como si fueran antagónicas en vez de complementarias. Es posible que el fin de la Guerra Fría y las crisis ideológicas consecutivas le dieron a la memoria un enorme sentido identitario a sectores de la izquierda. La defensa de los derechos humanos se fue conceptualizando solo con la memoria, y la memoria, con la ideología de las víctimas. Algo así como una vivencia del pasado en la clave movilización/resistencia, epopeya y martirio. Como si el dolor negara la razón.
Por otro lado, en una suerte de empate, el reclamo del contexto histórico para justificar el Golpe y aislar la violación de los derechos humanos como “exceso” es otra forma de clausura del análisis histórico.
La propia disciplina histórica ha vivido su propia crisis y ha debilitado su capacidad explicativa al reivindicar la subjetividad de su autoría. No hay duda alguna de que la historia es una disciplina interpretativa. Pero es una forma distinta de la memoria para traer el pasado al presente. La conciencia histórica se nutre de ambas. La memoria, como se configuró después del Holocausto, es un repudio moral, una denuncia, un nunca más, un reclamo de la dignidad humana. La historia, una forma de comprender por qué y cómo lo humano se deshumaniza. Contraponerlas es un ejercicio peligroso.
El 73 está vivo porque revela parte de nuestras fracturas. Y también está vivo porque la violencia por un momento volvió a parecer legítima. Y sabemos que cuando un extremo así lo considera, habrá otro que también lo hará.
Aun así, también están vivos los aprendizajes. En estos tiempos de ires y venires tan veloces, aun con retrocesos, hemos resuelto nuestros conflictos en las urnas. La violencia política tiene poco espacio. Con todo, vivimos en una democracia, aunque su espesor merece atención. La clausura al debate y al diálogo que acabamos de presenciar revela flaqueza, así como la sociedad civil está mostrando su fuerza y su vigencia.
La democracia está siempre amenazada. No tiene otra fortaleza que la conciencia histórica de su cuidado.
Sol Serrano