El rechazo a participar en la Feria del Libro de Frankfurt del 2025, la más destacada del mundo, explotó en la cara de las autoridades. Se ha revertido la decisión, aunque ya no será para ese año. Sin desconocer las limitaciones materiales cuando se toman decisiones, también que no se olvide que ni Arrau (caso especial), ni Gabriela o Neruda hubiesen clasificado para ayuda en ese Chile tanto más pobre de la primera parte del siglo XX, en la manera como principalmente se hacía entonces, con puestos diplomáticos. La vinculación con el mundo creativo de los grandes focos de cultura es parte del alma de nuestro vigor intelectual y estético. Huidobro o Matta después fueron parte de las vanguardias no solo chilenas o latinoamericanas, sino que lisa y llanamente mundiales.
Es de suponer que tras esta decisión actuó una mentalidad intelectual extendida en la región: que nuestros países solo deben representar “lo latinoamericano” y no ser sirvientes de las potencias hegemónicas, de la cultura del “imperio”, etc. Retazos deslavados del tercermundismo, huelen a patrañas. La paradoja del caso es que, para tomar a cuatro de nuestros grandes poetas, ni Gabriela, ni Huidobro, ni Neruda y ni siquiera Nicanor Parra son inteligibles sin una comunión no solo con la cultura de su época, sino con la clásica. Lo mismo vale para dos grandes latinoamericanos del siglo XX, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Extremando ejemplos, como ha dicho Sol Serrano, la tan popular divisa entre académicos de “decolonizar” podría ser considerada como la última oleada de la colonización (en el peor sentido de la palabra) europea.
En otras palabras, podemos ser lo que somos o vamos siendo, auténticos latinoamericanos herederos de un mundo europeo —“Occidente excéntrico” llama Octavio Paz a nuestra América— y a la vez expresión de una particularidad intransferible, precisamente porque existe una aptitud creativa gracias a una rica herencia, rigurosidad, educación e inspiración. Por cierto, dependiendo del país, se funde con raíces precolombinas o de sociedades arcaicas, revitalizadas por esta modernidad, suerte de tejido entre lo clásico y lo nuevo. En un tercer nivel, tenemos una civilización universal, que siempre ha existido, pero que en los dos últimos siglos abarca a todo el globo. Es lo que en gran medida refleja la Feria del Libro de Frankfurt.
Si queremos mostrar un ejemplo de creaciones culturales de brío inagotable, que reúna en una obra esta lectura palpitante de nuestra realidad circundante a la luz que emerge de la cultura occidental, hay que asomarse al reciente libro de Hugo Herrera, “El último romántico”, que disecciona el pensamiento del historiador Mario Góngora al hilo de sus obras de historia de Chile y América, y de sus ensayos sobre el espíritu contemporáneo. De lo mucho que se puede decir de este libro de un filósofo apasionado por la historia de las ideas, es que demuestra a través de un gran autor que un país no es solo la suma de sus habitantes, territorio y producción, sino que una cultura que es capaz de pensarse a sí misma y mirar hacia un más allá, por más que eso que divisamos se nos pueda aparecer a veces como un páramo. Para eso tenemos una mochila, una larga tradición cultural en el pensamiento, en el arte y el espíritu.
En un continente que ha aportado lo suyo en el arte, poesía y literatura en general, hemos ido un tanto rengueando en el pensamiento. Con lentitud emergen algunas voces; en nuestro siglo XX, la de Mario Góngora es una de ellas en el mundo hispanoamericano, teniendo como punto de referencia una larga tradición, desde los griegos en adelante. En este sentido, Frankfurt vale.