No estaba muy claro para qué servirían los partidos amistosos de la Roja ante rivales de tono menor como Cuba y República Dominicana (frente a Bolivia la intención es más obvia: medirse contra un enemigo directo en las próximas eliminatorias mundialistas).
Los más optimistas veían en estos juegos la posibilidad de ver el desarrollo total de la propuesta técnica del DT Eduardo Berizzo con la consiguiente interpretación de quienes, se asume, serán la base de los partidos oficiales que se acercan. O sea, una especie de proyecto de título para, desde ahí, enfrentar el examen final.
Los pesimistas, en tanto, no podían justificar encuentros ante rivales que representan países más ligados al boxeo y al béisbol que al fútbol. Solamente se habían programado por la necesidad de elevar la baja autoestima del proceso Berizzo. Una especie de caramelito para pasar el amargo de un año frustrante.
Al final no fue ni lo uno ni lo otro. Los partidos en Concepción y en Viña del Mar tuvieron otro efecto: que la selección tiene un relato. O un discurso en clave táctica-estratégica que es el que se intentará plasmar a modo de estilo en la aventura eliminatoria.
¿Cuáles son los conceptos más evidentes de este relato? Berizzo trató de contar en estos dos partidos que el cambio de piel de la selección (descartemos el término “recambio”) se está produciendo por intermedio de un traspaso tranquilo, pactado y plenamente estudiado. Medel, Vidal, Mena y Alexis, más allá de que puedan ser cada uno más o menos alternativas en la titularidad, tienen asumido que deben guiar al nuevo contingente incluso posponiendo sus propios intereses y ambiciones. Que Vidal ya no fuera el que las pidiera todas o que Medel aceptara jugar de volante de contención en un partido y al otro de zaguero central, revela que hay una disposición de ellos a vivir sus últimos bailes en “modo referentes”.
No es todo. La selección que se vio ante Cuba y República Dominicana se mostró, por primera vez al mando de Berizzo, más cerca de concepciones pragmáticas que dogmáticas.
Solo un concepto, el de intensidad, fue el que se trató de mantener siempre. Pero no hubo reglas permanentes en cuanto a estilos, estrategias en balones parados e incluso en el sistema táctico. La capacidad de readecuación provocó irregularidades e incluso variaciones de nivel entre algunos jugadores. Pero le dio a Chile algo extraviado hace rato: capacidad para buscar respuestas distintas a los diferentes momentos de los partidos.
El cuadro tuvo su complemento en el asentamiento de algunas figuras que están exigiendo espacio permanente (Marcelino Núñez, Erick Pulgar, Víctor Méndez y Diego Valdés) y de otros que comenzaron a tocar la puerta pidiendo más opciones (Delgado, Barticciotto, Aravena).
¿Es poco? Mucho no es. Tras estos amistosos nadie puede estar seguro del nivel que tendrá Chile en las eliminatorias. Pero es más de lo que uno pensaba que se lograría al enfrentar a rivales que poco y nada tienen de nivel competitivo.