Normalmente es complejo entender qué condiciona el corto plazo económico. Eventos excepcionales exacerban hoy esa realidad. El mundo vivió un episodio de encierro sin precedentes y los gobiernos adoptaron políticas de estímulo fiscal y monetarias nunca vistas en tiempos de paz. La inflación reapareció en sociedades que la habían olvidado. Para contenerla, se adoptó un ajuste monetario abrupto y rápido, que generó inestabilidad financiera. Se sumó la invasión de Rusia a Ucrania en tierra europea y el surgimiento de renovadas tensiones entre China y EE.UU.
Sin embargo, los datos recientes nos muestran que los últimos meses han mantenido un comportamiento muy estable. La inflación se modera, pero para la autoridad aún está lejos de las metas necesarias para evitar que los consumidores, trabajadores y empresas lo incorporen como algo permanente y se vuelva crónica. Hace pocos días se conoció la inflación de mayo en EE.UU. El IPC descendió a 4% en doce meses, un buen avance. Pero el IPC “core” varió muy poco y alcanza el 5,3%, aún lejos de lo deseado.
El crecimiento económico, en particular el empleo, sigue demasiado dinámico para asegurar que no se entrará en el círculo vicioso de la escalada de precios. Ello a pesar de las alzas de tasas que acumulan cerca de 500 puntos en EE.UU.
La Fed está en un dilema. Los indicios de inestabilidad financiera la debieran empujar a relajar su ajuste y la inflación persistente, a incrementarlo. La solución ha sido hacer una pausa y dilatar una posible disminución de su tasa de referencia. Como hace meses, el escenario probable sigue siendo una recesión moderada a fines de año, cuando las políticas restrictivas produzcan finalmente efectos. El Banco Central Europeo, retrasado con respecto a la Fed, siguió esta semana en su camino restrictivo, mientras en Europa la inflación se mantiene alta. Esta decisión se adopta a pesar de que los datos del primer trimestre indican que, desestacionalizada y anualizada, la caída del producto lleva dos períodos consecutivos. Pero esas caídas fueron mucho más moderadas de lo que se esperaba considerando las restricciones energéticas causadas por el conflicto en Ucrania.
Más allá del corto plazo, ¿qué podemos esperar? El mundo occidental desarrollado, especialmente EE.UU., tiene instituciones e incentivos que le permiten seguir creando y abriendo el camino del progreso. En el último tiempo, las posibilidades de la inteligencia artificial han copado la discusión pública, pero los avances tecnológicos se multiplican en todas las áreas.
Sin embargo, como no sucedía desde hace años, los gobiernos están pretendiendo imponer sus preferencias ideológicas o las de los sectores más vociferantes. Biden intenta implementar, vía prohibiciones y subsidios, una nueva política industrial en la que destaca la búsqueda voluntariosa de medidas para eliminar aceleradamente las fuentes de energía como carbón, petróleo, gas, hidráulica tradicional y nuclear, que hoy mueven el mundo y explican el mayor bienestar. En ellas se establecen metas precisas en montos y fechas, confiando en tecnologías que están lejos de ser un real sustituto, aunque están avanzando fruto de fuertes subsidios públicos. Los molinos de viento y los paneles solares no tienen la estabilidad y agilidad que una red eléctrica requiere. Se necesita igualar en cada instante la demanda con una oferta que debe estar disponible cuando se la necesita y no cuando se pueda. Estas nuevas fuentes no confiables requieren respaldo, mayores redes para interconectarlas desde lugares alejados y poseen muchas otras desventajas que incrementan fuertemente los costos. Inglaterra y Alemania, que han avanzado más en este camino, ya sufren el impacto.
Cuando se enfrenten los verdaderos impactos de esta estrategia, probablemente serán los consumidores los que finalmente encaucen el proceso en una senda de realismo y revelen el doble estándar de aquellos activistas violentos que condicionan el actuar de gobiernos y empresas.
Aunque no hay precedentes históricos de intentos voluntariosos de esta magnitud, es claro que los más perjudicados serán los más vulnerables. Muchos factores, entre ellos el progreso y el DDT (un potente insecticida), ayudaron a los países hoy desarrollados a eliminar la malaria endémica. La estigmatización del DDT ha dificultado actualmente el control de esa enfermedad en países en desarrollo.
En Chile, como en el mundo, el ajuste económico se está concretando. La balanza de cuenta corriente fue positiva el primer trimestre, mientras alcanzaba un déficit de 9% del producto el año pasado. Si bien el Imacec mostró una caída de 1,1% en abril, sin considerar la minería, la baja fue de 1,6%. Es razonable proyectar que este trimestre sea negativo y que en el resto del año, la recuperación produzca un crecimiento nulo o muy cercano a eso en 2023.
A pesar del entusiasmo generado por el 0,1% de IPC de mayo, la inflación sigue siendo un problema. Es cierto que 8,7% anual es mejor que 14,1% de agosto pasado. Según el índice que excluye volátiles, que prefiere el Banco Central, alcanzó 0,5% en el mes y 9,8% anual. Sigue siendo alto, especialmente si se considera que la indexación prevalece en gran parte de la economía a diferencia de los países desarrollados. El dólar e insumos internacionales más moderados ayudan a las empresas a contener costos, pero la indexación salarial y las múltiples nuevas disposiciones del Gobierno en materia laboral y ambiental empujan en sentido contrario. El Banco Central deberá ponderar ambas caras de la medalla para decidir cuándo revierte su curso.
La mirada de futuro está influida por el ánimo y visión de quienes tienen el poder. En Chile es más complejo que en el mundo desarrollado. A pesar de voces moderadas y propuestas más centradas, en el corazón del Gobierno permea una ideología fracasada donde sea que se haya probado. Cuba, originalmente, uno de los países más avanzados de Latinoamérica, lleva más de 70 años en decadencia. Si bien no todos la defienden, inspira a varios de la coalición gobernante. En esas mismas siete décadas, otra isla, Singapur, pasó de la pobreza extrema a uno de los ingresos per cápita más altos del mundo. Sus autoridades, a diferencia del ideologismo cubano, enfatizaron siempre lo que fuera práctico y ayudara al progreso.
Pero en Chile, el Gobierno insiste en no salir de su matriz ideológica. Las isapres han sido determinantes en la creación de infraestructura y en los mejores resultados en salud. Es un tema complejo que depende de muchas variables y no acepta soluciones simplistas. Basta ver lo que sucede hoy en el sistema de salud británico, que en algún momento ha sido un ejemplo. Pero la autoridad parece ver solamente que el proceso jurídico, de por sí muy polémico, le da la oportunidad para hacer una de sus soñadas revoluciones.
Por su parte, otra reforma tributaria, entre las tantas que ha habido y que aún no permean en la economía, se presenta como la única solución a muchos problemas del país. Ello es incorrecto. Una mezcla de mayor progreso y mejor manejo de lo que tenemos es la solución eficiente y práctica.
Si el ánimo de avanzar en resolver los problemas fuera real y no estuviera detrás la búsqueda de agrandar el Gobierno y su poder, las reuniones con empresarios serían para analizar cómo facilitar la inversión y el empleo, como sucedió en Singapur, y no para cobrar impuestos que al final los paga la sociedad y no los empresarios ni el Gobierno.
Es de esperar que este ánimo refundacional que aún impera mute finalmente hacia la única forma de éxito comprobada. Un Gobierno que cumple a cabalidad su tarea de evitar la violencia y dar estabilidad y una ciudadanía que aprovecha su esfuerzo e ingenio para crear bienestar.