El desastroso Simce 2022 obliga a reflexionar respecto del problema educacional que enfrenta Chile. Y si bien las circunstancias llevan a preguntarse qué está pasando en la sala, vale la pena partir pensando qué pasa en la casa. Veamos.
Aprender requiere esfuerzo. Tiempo, concentración y dedicación son insumos en su producción. Se supone que el colegio los combina, pero la familia es central en el proceso. De hecho, la formación de hábitos y responsabilidad se originan antes de poner un pie en la sala.
Y para los padres el desafío de formar es extenuante. ¿Quién no quiso mandar al querubín a la punta del cerro? A los tres años son trompos, a los ocho vamos con las tareas y a los 15 dicen que se las saben todas. Sin la presencia de adultos responsables, es muy fácil que la cosa se vaya a las pailas. Familias y colegio deben, entonces, coordinarse. Si en el hogar el proceso falla, el colegio apoya. Si un docente no da el ancho, el refuerzo está en la casa.
Ese equilibrio no siempre se da en la práctica. Tome por ejemplo la educación temprana. Sabemos de su vital importancia, pero en el 2017 la mitad de los menores de 5 años no asistía a jardín o sala cuna. ¿Por qué? En más del 70% de los casos, el adulto a cargo declaraba “no es necesario pues lo cuidan en la casa” y 13% decía “no me parece necesario que asista a esta edad”. Si hay desconfianza, no hay reforma tributaria que asegure la universalidad de la sala cuna.
La pandemia desequilibró más las cosas. Más de 250 días de colegios cerrados obligaron a innovar. La educación se virtualizó. Y sin escuelas, encerrados en espacios limitados, el hogar apeló también a la tecnología. ¿Resultado? Millones de niños horas y horas frente a pantallas.
Se trataba, claro, de una emergencia, pero no es obvio que con la retirada del covid los dispositivos se apagaron. Por eso, a las muchas horas que los chilenos pasan frente a pantallas —el ranking de Electronics Hub nos ubica en el top 10—, ahora hay que sumar las de los niños y jóvenes. Se estima que en el caso de los más chicos ese tiempo de exposición se dobló durante la pandemia (Aguilar-Farias et al., 2021). Toda la investigación indica que este exceso es nefasto.
Cuando a los desafíos de la escuela agregamos lo anterior, la cosa en educación se ve más empinada. Si en la casa se normaliza que el celular o tablet sean extensiones del chupete, la tragedia cobra otra escala. ¿Disciplina, foco, aprendizaje? Quien crea que eso puede esperar mientras los hijos se conectan a un dispositivo se equivoca.
Esta nueva realidad obliga a repensar las acciones para dar el giro educacional que el país requiere. Se necesita un nuevo equilibrio en donde las familias se reencuentren con el colegio. Y en esto los profesores son claves. Hay que prepararlos para que lleguen a los hogares con el mensaje “más pizarrón y menos tablet”. Sin embargo, frente a los nuevos anuncios de paros del gremio, la idea se ve lejana. ¿Cómo hacer entender a sus dirigentes el daño que causan? La paciencia se acaba y los padres se distancian de la sala, mientras los niños suman días frente a pantallas. ¡Qué drama!