Curiosos son los votantes norteamericanos. Se presentan como la democracia más exitosa del mundo cuando un tercio de los inscritos no vota y otro cuarto no está inscrito. Cuentan con mayor información, diarios, revistas, radios, televisores, megáfonos, audífonos, programas políticos y son más críticos que ningún otro electorado, pero parecería que no leen, no oyen ni les importan las elecciones presidenciales cada cuatro años.
Irritados por los abusos de Donald Trump, decepcionados por la gestión y estado de Joe Biden, con riesgo de que Kamala Harris complete su período constitucional, un grupo bipartidista, de republicanos y demócratas, impulsa el “movimiento sin etiquetas”.
Se trata de conservadores y asesores desplazados en ambos partidos, incómodos por las desgraciadas opciones ofrecidas para las elecciones presidenciales de 2024. Tendrían que decidir entre el narcisista Trump y el desgastado Biden. El primero, abusador del poder, apoyado por los sectores extremos de su partido. El segundo, deteriorado, inclinado a la agenda izquierdista de su vicepresidenta, detentador de la atractiva “mermelada” que proporciona liderar un gobierno.
Por loable que sea la aspiración de candidaturas unitarias independientes, la iniciativa “sin etiquetas” está condenada al fracaso.
Candidaturas presidenciales independientes no son novedad en Estados Unidos; centenares terminaron derrotadas. En la última elección, se registraron más de 30 candidatos a la Presidencia. Durante dos siglos, solo demócratas y republicanos han sido electos Presidente. Excepción, en 1840, el general William Harris, del efímero Partido Whig. Solo un candidato independiente, el empresario Ross Perot, recibió una votación relevante, 20 millones de votos, en la elección de Bill Clinton y derrota a la reelección de George Bush padre. Estrepitoso fue el fracaso de la candidatura del multimillonario Michael Bloomberg. Gastó centenares de millones de dólares en 2020 para luego retirar su postulación y apoyar a Biden.
Otra vez, todo depende de la lucha al interior de los partidos, en las primarias, no de ilusorias candidaturas independientes. Hay que asumir que las candidaturas del 2024 no dependen de la inhabilitación judicial de Trump, ególatra que retiene archivos presidenciales para defenderse de sus aberraciones o para mostrar a sus amigos lo que llama “cartas de amor” con otro narcisista, Kim Jong-un, de Corea del Norte. Tampoco la decisión de los curiosos votantes americanos dependerá del transcurso del tiempo en Biden, cuando sus balbuceos, confusiones y caídas son evidentes, se observan por todo el mundo.