Orson Fortune (Jason Statham) no es exactamente un agente, sino un contratista privado que a veces es contratado por el gobierno británico. De allí que, también a veces, tenga que competir contra otros contratistas que también viven en operaciones encubiertas, como, en este caso, el violento Mike (Peter Ferdinando), que anda tras lo mismo que Fortune.
Fortune, Mike, el gobierno británico y todos han sido alertados por una transacción inusualmente grande, que puede ser la compraventa de un arma de proporciones desconocidas. Solo saben que el intermediario es Greg Simmonds (Hugh Grant), un millonario que transita entre los yates y una villa en el Mediterráneo oriental. Y que no se trata de un arma física, sino de un disco duro con un programa al que llaman “La llave”. En el curso del relato se sabrá que quien vende es la mafia rusa y quienes compran son un par de ucranianos.
Esta es una historia que transcurre entre Londres, Marruecos, Madrid, Los Angeles, Cannes, Antalya y Doha, es decir, una intriga globalizada. También están globalizados los agentes, los mafiosos, los contratistas y los gobiernos, y se puede dar por seguro que “La llave” es algo de alcance global.
Esta es una historia donde todo está a la venta y nadie parece estar enteramente del lado correcto. El dinero determina quiénes son aliados y quiénes enemigos, y la cifra monstruosa que constituye la pista inicial (diez mil millones de dólares) es el motor que pone en marcha la acción. Nada se mueve si no es por dinero. La nota bromista es que los ucranianos se proponen destruir el capitalismo global, eliminar el dinero y volver a las transacciones con oro. La doble broma es que son delirantes.
Esta es una historia donde la mayor parte de la tarea se hace a través de computadores y hackers capaces de bloquear teléfonos, intervenir cámaras, crear voces, simular identidades, rastrear vehículos, operar armas, en fin, todo lo que pueden hacer los dispositivos actuales, con una pizca de inteligencia artificial, para estar al día. Es el imperio de la digitalización.
Y es una historia cuya moral es el cinismo. No hay valores superiores a otros; no hay amigos, sino cómplices; no hay un lado correcto de la vida. Es el equivalente británico de Tarantino. Guy Ritchie inició su carrera con videoclips a mediados de los 90 y luego fue celebrado por Snatch: Cerdos y diamantes, Revolver y RocknRolla, cintas de montaje rápido, historias desmesuradas y personajes descalabrados. Su fama precede a sus películas, a tal punto que muchos de sus títulos llevan por prefijo “Guy Ritchie's”. Es eficiente y vende, como la mayoría de los cineastas de su tipo, pero es improbable que sea largamente recordado. Seguramente tampoco le importa mucho.