Ha muerto Alain Touraine, uno de los tantos, tantísimos, extranjeros que vivieron en Chile apoyando el experimento de la Unidad Popular.
Entre ellos hubo asesores políticos y económicos; técnicos en las empresas del Estado; intelectuales, artistas, profesores, periodistas y estudiantes; funcionarios diplomáticos; guerrilleros y activistas políticos; sacerdotes católicos, y la influencia de la dupla Fidel Castro-Che Guevara.
¿Cuántos fueron los extranjeros que actuaron políticamente en esos tres años? El 29 de enero de 1972, a petición del Senado, el Ejecutivo envió una nómina con 21.086 extranjeros llegados desde países socialistas, y que incluía 1.178 cubanos, 822 desde la URSS, 418 desde Yugoslavia, 233 de Checoslovaquia, 206 desde China, 194 desde Hungría y 146 de Rumania. Después, esas cifras se han incrementado hasta un total de 31.206 extranjeros provenientes del área socialista.
En cuanto a los sudamericanos, los brasileños fueron unos 6.000 y los uruguayos —tupamaros la mayoría— unos 2.000; los bolivianos expulsados —algo nos dice esa cifra sobre el total— fueron 315. También hubo norvietnamitas, norcoreanos, libios, alemanes orientales, mexicanos, dominicanos, hondureños, nicaragüenses y peruanos, pero en números mucho menores.
Entre los asesores políticos, ninguno alcanzó la importancia de Joan Garcés, mientras que los profesores y divulgadores universitarios fueron multitud. A los brasileños de la Universidad de Concepción, Ruy Mauro Marini, Emir y Eder Sader, se sumaron los que trabajaron en el Ceren de la Universidad Católica y en el Ceso de la Universidad de Chile.
Entre los primeros, los alemanes Norbert Lechner y Franz Hinkelammert, el brasileño José Luis Fiori —quien enseñaba el curso “Ideologías políticas revolucionarias en Chile”— y sus compatriotas Wilson Cantoni y Almino Affonso; el uruguayo Nelson Minello, y los cubanos Germán Sánchez y José Bella Lara. Pero sin duda alguna, los más influyentes fueron el belga Armand Mattelart y la francesa Michelle Mattelart.
Por su parte, en el Ceso trabajaron Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra y Marco Aurélio García, quien pronto ingresó al MIR.
Entre quienes estuvieron de paso, cabe recordar al estadounidense David J. Morris, con evidente simpatía por el MIR, y a Regis Debray y sus entrevistas con Allende.
Otros integrantes del MIR fueron el argentino Luis Vitale, uno de sus fundadores, y el alemán André Gunder Frank. Sin pudor, Pascal Allende afirma que con Marini, los hermanos Sader, Dos Santos, Gunder Frank y otros tenían reuniones de debate teórico y político. Y en paralelo, se dieron en Chile los encuentros secretos de Miguel Enríquez con los Elenos, el ERTP y los Tupamaros, para formar la Junta Coordinadora Revolucionaria.
Desgraciadamente, hay que sumar a aquellos sacerdotes que, habiendo venido a Chile a trabajar por la “salvación de las almas”, se sumaron a la “liberación por las armas”. Uno de ellos, Antonio Llidó, destinado a Quillota, también llegó a militar en el MIR, porque, afirmaba, “nadie en Chile es neutral ante la lucha entablada. O se está al lado de los explotados o de los explotadores”.
Todos ellos conocían las palabras del Che: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.
¿Y Alain Touraine? Él veía nuestra realidad con curiosos matices: “El generalísimo Allende ganará una batalla en la cual sus adversarios están divididos entre comandos suicidas y tropas pequeñoburguesas, inquietas y poco decididas”. Vaya profeta.