De acuerdo con la tradición chilena, con la Cuenta Pública el Presidente recuperó terreno perdido con una performance de magnitud. Podrá tener sus puntos débiles, por cierto. Inquietante la extensión, en el continente de un Castro y un Chávez; habrá que confiar que fue una audacia irrepetible. Mas, ¿tuvo el discurso un significado que desentrañe el sentido del Gobierno, más allá de lo que sea gestión? ¿O su alternativa, un gobierno de orientación hacia metas revolucionarias en relación a la democracia liberal, como la Unidad Popular o los populismos contemporáneos?
Me parece que confirmó que el Presidente se decidió por darle contenido —por referirme a un tópico conocido— al candidato Boric de la segunda vuelta, y no al de las primarias o la primera vuelta. Vale decir, la afirmación de la democracia tal como esta puede serlo, el gran modelo político de la civilización moderna, por más que siempre está perseguida por la precariedad. Esto fue sellado con coraje político al denunciar la situación de Venezuela en Brasil hace pocos días, ante las piruetas verbales de Lula, que permitían legitimar a cualquier sistema que le fuera grato. El Presidente, en cambio, puso un claro límite y definió en un punto, pero con potencia de dibujar esa frontera inmaterial donde termina la democracia y comienza la dictadura de uno o de todos, el despotismo o el caos.
En política interna intentará cementar la coalición entre las fuerzas de donde él mismo se originó, a grandes rasgos el Frente Amplio, por una parte, y la centroizquierda que nació en los años 1980, por la otra. Los comunistas se alinean con el primero y, como siempre, saben o creen saber hacia dónde se dirigen. Todo ello, mientras la derecha recién despierta a su nueva realidad —quien sabe si pasajera—, en que deberá renovar su personalidad política ante la aparición de un sector más tajantemente identitario (en sentido político), y el logro de un sueño cuya realización se le escapaba desde hace más de 80 años, el de volver a ser mayoría; y que no sea ilusión evanescente.
Si hay una realidad con la que nos podamos comparar, como forma de entender lo que sucede, así como el octubrismo desató una crisis desde la prosperidad (relativa), si nos comparamos con la Europa mediterránea, con la que existen analogías, vemos que en Grecia la crisis de la deuda, combinada con subprime el 2008, llevó al nacimiento de una izquierda radical, Syriza, a grandes rasgos, un Frente Amplio. Su líder, tras muchos corcoveos, se decidió por no seguir erosionando el sistema y ha permanecido encabezando a la izquierda griega. Reemplazó (y pulverizó) a los históricos socialistas. La derecha tradicional, no del todo inocente en la crisis, acaba de ser confirmada como la primera fuerza, aunque luego habrá nuevas elecciones.
Por su estatus de cuasi-desarrollo, existen, además de una cultura política análoga, una estructura socioeconómica que también lo es y por eso la traigo a colación. Ambos países orillaron la catástrofe y se han alejado de ella. En Chile, el debate girará en torno a pequeños grandes detalles; uno, que no habrá Estado social sin desarrollo; y que no se olvide que grandes imperios se erosionaron sin remedio por la carga tributaria sin el correspondiente vigor económico; amén de que no somos precisamente un gran imperio ni hemos podido ser una Holanda o Singapur.
En Chile, una vez fenecido el octubrismo, supongo que por tiempo considerable, falta todavía mejorar la brújula para orientar al país hacia un buen modelo, y que expliquen (esto falta) derechas e izquierdas, cada una desde perspectivas diferentes, que esa meta es finalmente mejor para todos.