Son muchas las señales de que el consumo de los hogares está deprimido. En abril, las ventas de supermercados fueron casi un 8% inferiores (en términos reales) a las de un año atrás, y las de autos nuevos fueron un ¡48%! menores. No es de extrañar, entonces, que en lo que va de este año los resultados de las casas comerciales hayan sido pobres, y que los despidos masivos hayan comenzado a hacerse comunes.
Pero algo no calza. Las cifras de cuentas nacionales muestran que el consumo de los hogares no está deprimido: el gasto actual de las familias chilenas es casi idéntico al que hubiese existido “sin estallido social ni pandemia”. Esto es, si el consumo hubiese crecido desde fines de 2019 a la misma tasa que lo había hecho en los siete años previos, su nivel no sería muy distinto al actual. Claro, ha caído fuerte desde fines de 2021 —cuando la fiesta era total—, pero mirado en perspectiva, no es bajo. Todo apunta a que es la montaña rusa por la que hemos pasado la que nos impide ver el asunto con claridad.
El meollo del asunto es tan simple como interesante: las cifras agregadas esconden mucha heterogeneidad. Mientras el gasto en bienes durables —como autos, televisores o sillones— hoy es 15% menor a su nivel de tendencia, el consumo en otras categorías de bienes o en servicios no es muy distinto a la tendencia que traía previo a 2019. ¿Sabía usted, por ejemplo, que el gasto en actividades de alojamiento y servicios de comida (léase turismo) ha crecido 20% nominal en los primeros cuatro meses del año respecto de 2022?
¿Qué explica entonces esta sensación de colapso en el consumo? Posiblemente existe un sesgo cognitivo: muchos están convencidos de que la economía está en caída libre, y los datos malos de las casas comerciales —que ocupan un lugar central en nuestra vida— sirven para confirmar esa visión, como asumiendo que esa es la realidad. Pero ello no es necesariamente así. Los retailers venden intensivamente bienes durables y dependen más del crédito, lo que, junto a inventarios altos, un dólar caro y un huracán tecnológico constituyen una mezcla tóxica. Pero hay otros proveedores de bienes y servicios que no acaparan tanta publicidad, y representan un porcentaje creciente de los gastos de los chilenos. ¿Se ha preguntado cuánto están gastando los chilenos en espectáculos y entretención?
Aunque es posible que este fenómeno sea en parte transitorio, todo apunta a que estamos siendo testigos de un importante cambio en la composición del consumo: más servicios, más turismo y menos TV. Si supiera Taylor Swift lo que se pierde a este lado de la cordillera.