El reciente escándalo que tuvo lugar en un colegio de Talcahuano, en el que, bajo el pretexto de hacerles clases de “educación sexual”, hay denuncias de que funcionarios públicos habrían abusado sexualmente de niños de quinto básico, podría bien tomarse como un incidente aislado. Pero sería un error, pues la hipersexualización de la infancia cuenta con una larga historia en sectores de izquierda. Un caso emblemático se dio en Francia en 1977, en el marco de un juicio a tres hombres que habían tenido contacto íntimo con niñas de 12 y 13 años, violando las edades de consentimiento reguladas en la ley. Ante ello, intelectuales que hoy son de cabecera de la izquierda identitaria que nos gobierna, como la feminista Simone de Beauvoir y los filósofos Michel Foucault, Jean-Paul Sartre y Jacques Derrida, entre decenas de otros íconos de Mayo del 68, firmaron una petición que rezaba lo siguiente: “La ley francesa reconoce en los niños de 12 y 13 años una capacidad de discernimiento que puede juzgar y castigar. Pero rechaza tal capacidad cuando se trata de la vida emocional y sexual del niño. Debe reconocer el derecho de los niños y adolescentes a tener relaciones con quien elijan”. Aunque se les ha intentado justificar, lo cierto es que, como afirmó la socióloga de la Universidad de Cambridge Veronique Mottier, Beauvoir y los signatarios de la petición del año 1977 pertenecían a una constelación de “grupos que abogaban por la pedofilia”. El novelista Guy Hocquenghem, uno de los signatarios, reconocería, en una entrevista junto a Foucault y el actor Jean Danet, en abril de 1978, que la carta buscaba “abolir artículos de la ley sobre las relaciones y la despenalización de las relaciones entre adultos y menores de menos de quince años”.
Foucault, él mismo un homosexual pedófilo que, según cuenta Guy Sorman, pagaba a niños africanos para tener sexo con ellos en un cementerio, afirmaría lo siguiente: “Asumir que un niño es incapaz de explicar lo que sucedió y que no puede dar su consentimiento son dos abusos que son intolerables… bien podría ser que el niño, con su propia sexualidad, haya deseado a ese adulto, incluso haya dado su consentimiento, incluso haya dado los primeros pasos. Incluso podemos estar de acuerdo en que fue él quien sedujo al adulto”. El abuso, para esta izquierda, no sería el sexo de adultos con niños, sino el no permitir a estos tener sexo con adultos. De ahí que, según explicó un reportaje de 2010 de la revista alemana de izquierda Der Spiegel, fuera “precisamente en los llamados círculos progresistas que comenzó una erotización de la infancia y una disminución gradual de los tabúes. Fue un cambio que incluso permitió la posibilidad de tener relaciones sexuales con niños”. El medio alemán agregó que “los miembros del movimiento de 1968 y sus sucesores quedaron atrapados en una extraña obsesión por la sexualidad infantil”, algo que sus seguidores convenientemente callan hoy en día. Pero la verdad, insistió la revista, es que “la izquierda tiene su propio historial de abuso, y es más complicado de lo que parece a primera vista”. Der Spiegel señaló que, ideológicamente, “el control del deseo sexual fue visto como un instrumento de dominación con el que la sociedad burguesa solía defender su poder”, y su origen se encontraba en “la agresión del hombre, la codicia y el deseo de poseer cosas, así como su disposición a someterse a la autoridad”. Como consecuencia, se debía producir una liberación sexual que, mientras más temprano comenzara, mejor, pues ese era un modo de combatir la opresión y el capitalismo. Bajo esta visión se desarrolló el experimento de la Commune 2 de Berlín en 1967, donde tres mujeres y cuatro hombres se mudaron juntos con dos niños, una niña de tres años y un niño de cuatro, para vivir en un ambiente sin las “restricciones burguesas”. Los relatos de los participantes muestran cómo estos hombres tenían contactos sexuales “consentidos” con la niña de tres años, la que, según relatan los escritos de uno de los hombres, le acariciaba sus genitales pidiéndole que la “penetrara”. El caso de la Commune 2 no fue un experimento aislado, sino el inicio de una ola de sexualización de los niños que atravesó varias regiones de Alemania, donde se crearon kindergarten e instituciones para aplicar esta ideología. Según Deutsche Welle, solo en Odenwald, una de las escuelas más progresistas de Alemania occidental, alrededor de 900 alumnos fueron víctimas de abuso sexual desde 1966 hasta 1989. Der Spiegel recuerda que el “Manual de adoctrinamiento infantil positivo”, publicado en 1971 por seguidores de la moral progresista de la época, afirmaba que “los niños pueden aprender a apreciar el erotismo y las relaciones sexuales mucho antes de que sean capaces de entender cómo se concibe un niño”. Varios de los padres que sometieron a sus hijos a estas aberraciones, relató la revista, incluso “pasaron mucho tiempo discutiendo si era una buena idea tener relaciones sexuales con sus propios hijos, para demostrar la ‘naturalidad' de las relaciones sexuales”. Por cierto, el movimiento por legalizar la pedofilia no solo existió en Francia y Alemania, sino en diversas partes de Europa, incluyendo Holanda e Inglaterra, y fue tomado como bandera por partidos políticos de izquierda, como el partido ecologista verde alemán. En Holanda, grupos feministas, la Dutch Sexual Reform Organization y algunas emblemáticas organizaciones por los derechos gay, exigieron en 1979 la despenalización de la pedofilia, mientras otras distribuían decenas de miles de copias del manual “Paedophilia”, destinado a escuelas de primaria holandesas para promover el sexo entre adultos y niños. Así las cosas, el caso de Talcahuano o las tesis de defensa de la pedofilia en la Universidad de Chile no son incidentes aislados. Estos pertenecen a una agenda de grupos de izquierda en materia de sexualización de la infancia y normalización de la pedofilia que no es ni nueva ni original, sino parte de su ADN ideológico. Es, por lo mismo, de los ciudadanos decentes que depende frenarla.