Rusia y Ucrania se culpan mutuamente de haber destruido la represa de Kajovka, sobre el río Dniéper. Muchos apuntan a Rusia, cuyo gobierno ha demostrado no tener escrúpulos para atacar instalaciones civiles. Cualquiera que lo haya hecho, provocó no solo un enorme daño ecológico, humanitario y material, sino que cambió el mapa estratégico de la región de Jerson, antes de la tan anunciada contraofensiva militar ucraniana para recuperar los territorios del este y sur, ocupados por los rusos.

Han sido meses de inquietante espera, y la intensificación de los ataques ucranianos en el este, el fin de semana, fue vista como señal de que las operaciones habían comenzado, con batallones intentando romper las líneas de defensa rusas, y los rusos repeliendo las incursiones, según declaraciones de Moscú. Kiev ha mantenido en secreto sus planes y no ha confirmado las informaciones entregadas por el ministro de Defensa ruso, quien aseguró que destruyeron 30 tanques y 11 vehículos de combate, dejando 350 soldados muertos. En esta etapa del conflicto, es probable que la “guerra de información” se agudice, y que se reciban noticias contradictorias desde ambos bandos. Con todo, ayer distintos medios de prensa occidentales coincidieron en hacer notar indicios de que efectivamente la operación ucraniana habría partido, con acciones concentradas en el sudeste del territorio, citando además fuentes de las fuerzas armadas de ese país.

No es descartable que el colapso de la represa haya obligado a cambiar algunos aspectos del plan original. En efecto, los analistas consideran que una incursión ucraniana en la región anegada sería ahora prácticamente imposible, si bien no está claro que esa fuera la estrategia de Kiev. La línea del frente tiene unos mil kilómetros, y hasta ahora los ucranianos habían estado dando golpes en diversas posiciones rusas, evaluando su vulnerabilidad y estados de alerta. Para eso cuentan con la masiva entrega de armamento occidental y el entrenamiento de sus tropas, lo que ha fortalecido a sus fuerzas armadas. Unos 70 mil millones de dólares han recibido de Occidente desde el inicio de la guerra.

Los rusos no se han quedado de brazos cruzados estos meses. Después del repliegue de tropas tras el fracaso de la ofensiva contra la ciudad de Kiev, han construido una línea fortificada que hará complicado el avance ucraniano. Al otro lado del Dniéper, en la parte controlada por Rusia, se cavaron trincheras antitanques de más de 2,5 metros de profundidad, además de instalar “dientes de dragón”, triángulos de concreto que bloquean el paso de los blindados, y más atrás, otras trincheras con posiciones de artillería para repeler los ataques. Estas defensas están a lo largo de la franja de territorio que protege el paso hacia Crimea, la región anexada en 2014 por Moscú, y que depende del suministro de Rusia. Crimea es fundamental en toda esta ecuación, pues, al final, una de las principales razones para la invasión por parte de Moscú ha sido asegurar un corredor entre Rusia y ese territorio, el que Nikita Krushchev “regaló” a Ucrania cuando todos formaban parte de la URSS.

Si Ucrania dirige su ofensiva hacia el sur o hacia el este para recuperar la región del Donetsk es todavía motivo de especulaciones, pero lo cierto es que, según la mayoría de los observadores, será difícil que logre una victoria rápida y total sobre Rusia. Lo importante es que los ucranianos tengan suficiente éxito como para que los rusos se vean obligados a negociar. Pero Ucrania debe quedar en una posición fuerte y creíble para disuadir amenazas futuras, y esa credibilidad tendría que basarse en el compromiso férreo de Europa y EE.UU. de mantener el apoyo militar y financiero. Y los resultados que logren las tropas de Kiev en esta nueva etapa de la guerra pueden ser un factor decisivo para reforzar y asegurar la proyección en el tiempo de ese compromiso.