La decisión del Banco Central de aplicar una exigencia de capital adicional a los bancos “por si vienen malos tiempos” copó la agenda económica de la semana. (Los balones de gas del Gobierno llegaron en un destacable segundo lugar.) Ello no es del todo sorpresivo. A la falta de una buena explicación, se suma la mayor discrecionalidad de los reguladores en el uso de sus herramientas, lo que levanta dudas sobre los requisitos de capital que enfrentará la banca en el futuro. No es fácil planificar los negocios así.
Pero hay otro análisis en el Informe de Estabilidad Financiera que debiera ocupar la atención de las autoridades, y que ha pasado desapercibido: después de tres años muy revueltos, las empresas chilenas están más endeudadas y destinan un mayor porcentaje de sus ingresos a gastos financieros. El nivel de deuda como porcentaje de las ventas ha subido significativamente desde 2019, y junto con mayores tasas de interés, ello se ha traducido en un incremento de 25% en el porcentaje de las ventas que las empresas destinan a gastos financieros. En la actualidad, la empresa promedio trabaja casi cuatro días al mes para pagar intereses y amortizar sus deudas.
Empresas más endeudadas y con un crecimiento discreto en sus ventas —fruto de un crecimiento discreto de la economía— anticipan una presión persistente en los gastos financieros, que en el pasado y otras latitudes ha demostrado poner freno a su capacidad de invertir. Si a ello le sumamos mayores regulaciones y costos laborales, junto a proyectos legislativos que siempre ofrecen ser financiados por los empleadores —como si ese barril no tuviera fondo—, la carga sobre los hombros de las empresas se está sintiendo.
La solución no se ve muy auspiciosa. Cuando las ventas se estancan, los márgenes se aprietan y los gastos financieros crecen, hay dos soluciones. La primera, la obvia, es disminuir la deuda, lo que más que solucionar el problema, simplemente refleja que el negocio no da. La segunda posibilidad es reestructurar las deudas para alargar los plazos y diluir el gasto financiero en el tiempo. Con un mercado de capitales menos profundo, la disposición de los acreedores a alargar el horizonte tiene límite. La incertidumbre regulatoria revelada esta semana agrega un nuevo ingrediente al problema.
El escenario para la pyme promedio —esa del empresario mediano que se pela el lomo para surgir— no se ve particularmente pujante. Mientras el burrito de San Vicente lleva carga y no la siente, nuestro burro está sintiendo pesadas sus alforjas. No vaya a ser que lo terminemos ahogando antes que la sofisticada estrategia del litio o del hidrógeno verde nos haga ricos.