En el último tiempo he desarrollado una gran simpatía por los médicos que usan el verbo “reducir” en vez de “eliminar”. Me refiero a la dieta de las personas mayores, que algunos de esos profesionales tratan de controlar hasta en sus más mínimos detalles. Por ejemplo, eliminar el pan, las papas, el arroz, las pastas, el alcohol, es enteramente inhumano, y eso que he hecho aquí la lista corta. En cambio, reducir está más de acuerdo con eso que a falta de una mejor denominación llamamos “naturaleza humana”. Todos entendemos que nos reduzcan algunas cosas, pero no tenemos por qué aceptar que las saquen de nuestra vista y nos las prohíban completamente. “No ingiera azúcar, se nos dijo, prefiera los endulzantes”, y ahora nos dicen: “Fuera también los endulzantes”. ¿En qué quedamos? Nos alejan también de medicamentos beneficiosos que producen adicción, y la pregunta es qué tienen contra las adicciones. ¿Hay algo más adictivo que el amor? ¿Y acaso nos lo van a prohibir por eso?
Como consecuencia del envejecimiento, vamos reduciendo nuestras capacidades justo en la medida en que aumentamos de años. Envejecer es ir a menos. No todos tienen la suerte (?) de Benjamín Button, el personaje de ficción de F. Scott Fitzgerald que nace viejo y se va volviendo gradualmente más joven, o sea, todo lo contrario de lo que acontece en la realidad. Cuando el recién nacido Benjamín pasa sus primeros días en la cuna, pide que le traigan un desayuno en forma y no leche tibia en un biberón, y cuando sus padres hablan en voz alta de comprarle un regalo, él pide únicamente un bastón. Hubo una película de esa historia, con Brad Pitt y Cate Blanchet, y las fans del primero pudieron asistir al milagro del paulatino rejuvenecimiento del actor.
También en otros aspectos es necesario reducir y nunca eliminar. Por ejemplo, el sentido de la indignación. Nos quejamos del precio de los medicamentos, hasta protestamos a veces, pero rara vez nos indignamos. Eliminar la indignación es la estrategia de los poderosos y los complacientes. “No se enoje”, nos piden, incluso ante la estrategia de las isapres de utilizar a sus afiliados como carne de cañón, pero la verdad es que muchas veces tendríamos que hacer mucho más que enojarnos. La estudiosa norteamericana Lynda Huntt tiene razón cuando dice que sin indignación no tendríamos hoy derechos fundamentales, o los tendrían unos pocos, o sea, determinados estamentos o segmentos de la sociedad. Es la indignación, movida por los sentimientos y por la razón, la que ha impulsado la universalización de esos derechos y su continua expansión.
Reducir la indignación no debería ser más que quitar de ella la rabia y el resentimiento. Estos dos últimos son mala cosa, pero la indignación no lo es. Hay mucha rabia hoy en Chile, de lado y lado, solo que algunos consiguen enmascararla mejor y mostrarse serenos en público y despiadados en privado. Hablan de tolerar a los rivales políticos —eso en público—, pero en privado uno asiste a la abierta expresión de lo que sienten: eliminarlos como enemigos y no dialogar con ellos como adversarios. Los que no piensan como nosotros son siempre tontos o perversos, y merecen un combate y no conversación.
Reducir expectativas también, pero sin renunciar a ellas. Más bien ajustarlas, graduarlas, sobre todo en el terreno político y social. La democracia es rápida en la demanda (todos piden) y lenta en la respuesta (que no depende de una sola persona), mientras que las dictaduras son lentas en la demanda (pocos se atreven a pedir) y rápidas en la respuesta (el dictador saca el ejército a la calle y sanseacabó). La democracia sube dando un paso a la vez, pero hay que tener cuidado con aquellos que entienden eso como quedarse pegados largo tiempo en un mismo escalón.