¿Es la guinda de la torta o habrá que esperar por un nuevo desaguisado?
La crisis de conducción actual del fútbol nuestro se acerca a ser la peor de su ya más que centenaria historia. Si no fuera por la administración de Sergio Jadue, moralmente despreciable, esta de Pablo Milad habría ganado el primer lugar hace rato entre las peores. Y quién sabe, porque la del calerano no fue deportivamente peor que la del curicano.
Lo que parece ser provisoriamente la guinda de la torta es la suspensión del campeonato de Primera División por casi 50 días. Único país sudamericano, un subcontinente que no se caracteriza por la seriedad de sus procedimientos, que se toma esa licencia, sin más explicación que la preparación de su seleccionado para una competencia clasificatoria en la que participan… los países sudamericanos.
Tenemos un nivel competitivo deprimente, desprestigiado a nivel de todos los torneos internacionales en que participan nuestros equipos y selecciones, unos campeonatos locales sumidos en el desinterés del público que asistiría a los estadios si les fuera permitido en medio de las restricciones impuestas ante la violencia de las bandas que asolan las tribunas. El espectáculo que se presenta en cancha es de bajo nivel, posiblemente explicable por la desmotivación de sus protagonistas ante estadios vacíos y el descrédito social de la actividad.
Las consecuencias económicas son las que se pueden suponer, con un fútbol empobrecido que es, por lo mismo, incapaz de reforzarse con figuras de categoría, como hasta hace poco podía hacerlo. Así, las posibilidades de recuperación disminuyen casi a cero. Ya no hay, como sucedía, incertidumbre, sino la resignada espera del desastre.
Si hoy no existe, que se sepa, el temor de los pecados de la era Jadue, sí hay uno peor: la pérdida total de identidad de nuestro fútbol, que parece encaminarse a ser una dependencia de la AFA. Dominada la jerarquía de los clubes por representantes de jugadores, mayoritariamente argentinos, su decisiva presencia en las determinaciones de la ANFP extiende ese dominio más allá de la contratación de entrenadores y jugadores de esa nacionalidad a otros ámbitos, como la programación de los torneos adecuada a sus intereses, abriendo ventanas para extender los períodos de transferencias (¿le suena familiar?). Además, es cada vez es más frecuente la contratación de profesionales, para el campo y para la banca, de méritos escasos.
Hemos tenido grandes jugadores y técnicos argentinos, colaboradores eficaces para nuestro desarrollo, pero ya no está sucediendo o al menos no es lo frecuente.
Hay más episodios criticables. En las últimas horas se ha sumado el hecho de que el presidente de la ANFP se ha puesto directamente contra el Gobierno en dos situaciones impopulares, que hacen que una parte del organismo estime que no debe ser él quien los represente en gestiones oficiales.
Algunos creemos, más allá de nuestras convicciones en contrario, que la ANFP debería ser intervenida por el Estado. Mejor sería, por supuesto, que lo hicieran los propios clubes.