El resonante triunfo del Partido Republicano ha desviado las miradas hacia la tienda liderada por José Antonio Kast. Evidentemente, un resultado de esa magnitud desplaza el centro de gravedad del debate político de manera vertiginosa. No sin razón, se plantea que el éxito del proceso constitucional depende en buena parte de la actitud que tomen los republicanos. De adoptar una actitud intransigente o demasiado purista, el proceso seguramente terminaría en diciembre con un rechazo o un triunfo pírrico, de esos que dejan sabor agridulce. De adoptar una actitud dialogante, en cambio, el proceso tiene mayor probabilidad de éxito.
Para anticipar la actitud de los republicanos, nada mejor que acudir a los incentivos. Y estos están del lado de la colaboración. La posibilidad de formar gobierno en el futuro depende de la señal de gobernabilidad que puedan entregar. Un debate constructivo podría ser una señal fuerte. Además, despejar de buena manera el tema constitucional daría a la economía un viento de cola que acompañaría a la próxima administración, condición necesaria para tener un gobierno exitoso. Por último, hay temas —como la regionalización o algunos aspectos ambientales, por nombrar algunos— en los que hay un razonable espacio para acuerdos.
Es en la vereda oficialista, sin embargo, donde los incentivos a colaborar son más bien escasos. Por ello, no toda la responsabilidad de este proceso descansa sobre los hombros de los republicanos. Es posible que el Presidente Boric desee llegar a un acuerdo, y anunciar su apoyo al proyecto, y que lo mismo suceda con grupos socialdemócratas y del Partido Socialista, para los que concordar un texto que deje las legítimas diferencias a la política es perfectamente viable.
Pero las fuerzas más duras de la izquierda —aquellas que dominan en el Gobierno— difícilmente apoyarán un proyecto que no sea de su entera satisfacción, como ya han comenzado a insinuar. La experiencia de la Convención, y su actitud posterior, dan cuenta de que el ánimo refundacional difícilmente ha desaparecido. Apoyar un texto más equilibrado les resultará imposible, tanto por su contenido como por el vacío que dejaría en su agenda política. Para este grupo, el cuestionamiento a la institucionalidad es parte de su esencia. Por ello, la izquierda más moderada deberá tensionar al máximo la relación con sus “socios” del Gobierno para llegar a un acuerdo.
La cuestión constitucional es cada vez más difícil de entender para la gente, que con razón manifiesta su indiferencia. Aun así, la medida del éxito pasa por cerrarla bien y no postergarla. Para ello se necesita un buen acuerdo de mínimos comunes, y una campaña que recuerde que, de no aprobarse, una nueva convención sería necesaria.