En un debate que tuvo lugar hace siete años en la Universidad Católica, el sociólogo Eduardo Galaz dijo que el principal factor que incide en la desintegración social y la desigualdad es la invisibilidad de los afectados, debido a la desconexión de las élites con sus problemas.
Su reflexión no puede ser más pertinente dada la situación que vive nuestro país. En las últimas dos semanas, se realizaron 27 atentados terroristas en la macrozona sur, que tuvieron su día de furia el 9 de mayo, cuando se atacó la vivienda de un convencional electo y la comisaría de Ercilla, y dispararon contra trabajadores municipales de Victoria, incluyendo recolectores de basura. Uno de ellos quedó con una fractura expuesta debido a los tiros.
El 27 de abril balearon un furgón escolar en la ruta que une Cañete con Tirúa. Si este hecho hubiera ocurrido entre Vitacura y Las Condes, sería motivo de alarma nacional. Pero los millones de chilenos que viven entre Ñuble y Los Lagos se han vuelto invisibles para buena parte de la clase política. Tampoco les importan los vecinos presos por el control de bandas, aquellos que deben suspender clases por funerales narco o que mueren en listas de espera de hospitales colapsados. Son invisibles los niños que desertaron del sistema escolar, las miles de jefas de hogar que sufren de violencia intrafamiliar o los dos millones que viven hacinados esperando su vivienda social.
¿Qué pueden hacer estos chilenos para ser escuchados? El 18 de octubre de 2019 demostraron su malestar, llegando al límite de apoyar acciones violentas, lo que espantó a buena parte de la élite. Pero sus motivos eran más racionales que aterradores. Cuando recorrí las estaciones de metro quemadas, los vecinos lamentaban el hecho. Lloraban viendo las ruinas, pero tenían esperanza que esta locura sirviera para ser escuchados. Que el fuego los hiciera visibles desde la ciudad donde se toman las decisiones, en el lenguaje de Galaz. Quizás por ello apoyaron la solución que les vendieron y aprobaron con un 80% la idea de hacer una nueva Constitución. No es que fueran todos de izquierda, sino que tenían fe en la promesa.
Cuando se dieron cuenta que no era cierta, y que amenazaba con desmantelar lo que habíamos ganado, la rechazaron masivamente. Fue el segundo mensaje luego del 18-O y tampoco fue escuchado. El gobierno y Chile Vamos decidieron ir por un segundo proceso sin preguntarle a las personas o analizar con calma el resultado. La ambición por escribir el nuevo Chile pudo más. ¿Y cuál fue la respuesta? Dos millones votaron nulo y blanco y casi cuatro millones lo hicieron por los partidos que se oponían al proceso constituyente.
Uno esperaría que luego de estas señales, más los balazos, el hacinamiento o las listas de espera; la clase política acusara recibo. Pero no ha ocurrido. Los analistas han dicho que los chilenos se “derechizaron”, en vez evaluar si están decepcionados o si el voto obligatorio ayudó a que manifestaran su molestia como afirma Ascanio Cavallo. Con un diagnóstico equivocado, y un ego desbordado, los partidos políticos han decidido ir por un tercer proceso constituyente, como si acá no hubiera pasado nada. Además el gobierno nos informa que no corregirá su rumbo pese a su debacle electoral y tenemos que tragarnos un tedioso debate pseudo intelectual sobre el péndulo, la disputa de las derechas o la muerte del centro político.
¿Qué tienen que hacer las personas para ser escuchadas en esta pelea de sordos? Si usan su voto, es muy posible que rechacen de nuevo, lo que sería fatal para la élite que se quedaría amurrada y sin balas de plata. Si la población decide darles otra oportunidad y aprueba, pero sus demandas sociales siguen sin respuesta, pasaremos a una fase mucho más compleja, donde las personas ya no tendrán la democracia como salida. Deberán defenderse solos de asaltos y golpearán los consultorios colapsados por la inmigración irregular, lo que podría escalar los hechos de violencia y la xenofobia. Cuando llegamos a ese punto, luego de una crisis social, sanitaria y migratoria, es difícil salir. Tendremos que acostumbrarnos a la barbarie, que es lo que venimos haciendo hace años al naturalizar los dramas que afectan al Chile invisible, mientras inventamos balas de plata como la nueva Constitución, descuidando las prioridades sociales de las grandes mayorías.
Iván Poduje