Esta es una pequeña y bella película italiana con la que debutó en la dirección la productora y guionista Ginevra Elkann, nacida en Londres, pero criada entre la aristocracia italiana. A pesar de sus vínculos sociales y empresariales, esta cinta fue estrenada con las limitaciones de la pandemia y ha circulado con dificultad desde entonces.
El título original, Magari, es la palabra italiana para expresar lo que se desea, aunque no pueda ser, un “ojalá” que solo podría suceder si las cosas fuesen distintas.
Es una historia narrada desde el punto de vista de Alma (Oro de Commarque), una niña de 8 años que nació poco antes de que sus padres se separaran, pero ha pasado toda su vida soñando con la reconciliación de ellos. La madre, parisina, se ha emparejado de nuevo con un ruso, lo que ha significado que los tres hijos se hayan tenido que convertir del catolicismo a la Iglesia Ortodoxa. Y ahora que está por tener un nuevo hijo, decide enviar a los tres a pasar dos semanas con su padre al norte de Italia.
Pero el padre, Carlo (Riccardo Scamarcio) está tratando de corregir un guion para un proyecto de cine y no tiene la paciencia ni el talento para dedicar tiempo a sus hijos. Finalmente los lleva a la costa de Sabaudia, en compañía de Benedetta (Alba Rohrwacher), a quien presenta como colaboradora, aunque para los niños pronto es evidente que esa relación es algo más.
El relato registra las peripecias de unas vacaciones en las que los niños conviven con un padre al que conocen poco y mal: la tensión del hijo mayor, un preadolescente que parece tener reproches inexpresables con la figura paterna; la fragilidad del hijo de en medio, afectado por una diabetes crónica y propenso al peligro; y, sobre todo, el lúcido candor de Alma, que además de adorar a sus padres se enamora de un muchacho muy mayor.
El estilo visual de Ginevra Elkann no es demasiado refinado, pero tiene una especie de virtud secreta: su cámara siempre está entre los personajes, que circulan con total libertad, como si no estuviesen actuando. Elkann no pierde de vista quién es cada cual ni deja espacio a la impostación. Alma es el centro de la historia, pero ninguno carece de lugar. La directora solo brilla en el hermoso plano final, que preserva los imposibles deseos de la niña.
Si sólo… se interna valientemente en un tema frecuentemente omitido en el cine de estos días: los efectos de la separación de los padres en los niños. No sermonea ni pontifica: solo deja constancia de esa mirada continuamente ignorada, suprimida por las arrogantes pulsiones de los adultos. Una pequeña gema.