El domingo murió Patricio Bañados. Un hombre respetado y, sobre todo, respetable. Creíble y valiente en sus principios intransables. Culto y de mundo. Naturalmente elegante en su vestir y en su hablar y en sus modales. Un señor.
Tuve la suerte de compartir con él varias temporadas en el Canal 11, entonces RTU (Red de Televisión Universitaria) y hoy Chilevisión. Una suerte, realmente. Aprendí cosas prácticas televisivas con él, como aquella vez en que durante comerciales hice un comentario inconveniente para la época y me advirtió de inmediato: “Siempre puede haber un micrófono abierto; recuerda lo que le pasó a Bernardo de la Maza”. Lo que debía recordar es que el distinguido periodista, conductor del noticiero “60 Minutos” de la Televisión Nacional, antes de abrir el informativo formalmente lo anunció como “60 pitutos, el noticiero más mentiroso de la televisión chilena”. Fue despedido al día siguiente. Nunca lo olvidé, obviamente. De la Maza volvió a la televisión con el retorno de la democracia, lo mismo que Patricio Bañados (y este columnista).
Era insobornable el “Pato” Bañados, imposible de presionar y de una corrección a toda prueba. Desde su asiento de conductor de “Teleonce”, nuestro noticiero central, lo vi devolver libretos que contenían datos erróneos o irrespetuosos. “Esto no lo leo”. Y no lo leía.
Tenía un gran sentido del humor. Un fino sentido del humor. Nos reímos bastante un día en el “Club Social Antofagasta”, en Santo Domingo casi frente al Parque Forestal. Fue un almuerzo por mi cumpleaños y llegamos los dos muy temprano. Tuvimos una media hora para conversar de todo antes del arribo de los demás comensales. Hablamos de todo. De política y deportes, en especial. De alegrías y penas. De muchas alegrías y de muchas penas.
Para cualquier palabra extranjera de pronunciación difícil, ahí estaba él. En una ocasión transmitimos una pelea del único campeón del mundo africano hasta el momento, Jerry Coetze. Patricio Bañados me enseñó a pronunciar ese apellido. “Debe ser así”, me dijo. Y era así. Siempre sabía.
Tenía un hábito muy particular: dormirse en momentos inesperados. Como una noche en casa de Liliana Mahn, otra mujer valiente de la época. En el living, después de la comida, el gran periodista internacional dormía plácidamente. Era un hábito. No se durmió en otro cumpleaños de este columnista, esta vez en el restaurante El Parrón, junto a distinguidos y apreciados colegas.
Se entretenía entre nosotros. Entre los chilenos, quiero decir, pues no se entretenía con los suizos. Demasiado ordenados. Y nosotros, muy desordenados.
Nunca se vio a sí mismo con suficiencia. En los fines de año, en la época de renovación de contratos, se preguntaba, como todos, “¿Seguiremos el próximo año?”. Mi respuesta siempre fue: “Obvio que sí. Esa inquietud déjamela a mí”.
Relator de fútbol, de los serios, estuvo a cargo del Mundial del 62, en el estreno de la televisión chilena. Y en el equipo de la BBC para el de Inglaterra 66. Era bueno en todas partes y en todos los idiomas. También en Países Bajos. Voz inconfundible de la radio Beethoven. Presentador de la franja del No cuando nos anunciaba que “la alegría ya viene”. Y cuando ya había llegado, pasó un tiempo y fue despedido de la televisión. Consecuencia de la consecuencia.
Hay muchos más apuntes en el tintero. Pero también mucha pena.