A raíz de los resultados del domingo, diversos colegas han hablado de “tsunami”, “ciclón” y “terremoto”, siguiendo esa vieja tradición de usar las categorías de las ciencias naturales para referirse a los fenómenos sociales. Continuando con ella, preferiría hablar de “réplica”; esto es, el movimiento que viene después del terremoto principal, que en este caso fue el rechazo a la propuesta de la Convención en septiembre pasado. En lo fundamental no hubo sorpresas, solo una confirmación e intensificación de la tendencia.
Se habían hecho vaticinios apocalípticos, pero la mayoría no se cumplió. La desafección con la democracia y sus instituciones resultó menor a la que se temía. La participación fue la más alta que se ha visto en una elección desde 1993. Los votos nulos y blancos marcaron un récord, cierto, pero son difíciles de interpretar porque se mezclan la malquerencia con la confusión. El discurso populista antiélites y antipolítica del PdG se fue a pique. Con sus electores fagocitados por los republicanos, ya no es esa fuerza meteórica que alimentaba y capitalizaba el descontento con el sistema. En el establishment debe reinar un cierto alivio, porque esto permite un manejo más institucional del complejo proceso político que viene por delante.
La polarización que se temía también se esfumó. Hay un polo, el de los Republicanos, pero frente a él no hay nada equivalente. El domingo simplemente se reprodujo el mapa de fuerzas que emergió en el plebiscito de septiembre, con cambios solo en el campo de la derecha.
Las grandes derrotadas fueron las apuestas voluntaristas. En la derecha tradicional, quienes imaginaron que podían detener al Partido Republicano endureciendo su discurso y su conducta. También quienes creyeron que el desplome de las fuerzas de gobierno se acentuaría respecto a septiembre. Nada de esto ocurrió.
En el campo oficialista, perdieron quienes imaginaron que la derrota del “apruebo” había sido solo una pesadilla pasajera y que era posible volver a la correlación de fuerzas de las presidenciales y parlamentarias de 2021. No: después de un terremoto de esa envergadura nada vuelve a ser como antes. Fueron derrotados, asimismo, quienes pensaban que las “bases constitucionales” eran el piso desde el cual se podía seguir avanzando para darle un sentido más social a la nueva Constitución, o que se podría abrir una oportunidad para exigirle al Presidente Boric retomar la ruta y el equipo originales. Nada de esto es posible.
Tras los resultados del domingo, el Partido Republicano dejó de ser una amenaza: es un elefante instalado cómodamente en el living, y con el cual tendrán que convivir tanto la derecha como la izquierda. Con la nueva distribución de fuerzas a nivel país, el oficialismo tendrá que ceder tanto en lo constitucional como en las reformas. Lo anunció el Presidente Boric la misma noche de los comicios. Otro camino es simplemente suicida.
Si los diferentes órganos constitucionales tienen un comportamiento correcto y alcanzan un acuerdo amplio, aunque modesto, en el plebiscito de salida se puede conseguir una cómoda aprobación. Les conviene a todos: a los republicanos, para mostrar moderación y pavimentar su camino a La Moneda; a la derecha tradicional, para erguirse en el nuevo centro; y al Gobierno, que necesita mostrar éxitos en su propósito declarado de unir al país.
Con el alza del P. Republicano, la derecha ciertamente estará aún más tensionada entre halcones y palomas. Lo mismo el oficialismo. Paradójicamente, la tensión entre las almas que coexisten en ambos bloques podría abrir una ventana de oportunidad para alcanzar acuerdos puntuales sobre temas críticos, ya no en base a coincidencias ideológicas, sino a afinidades ornitológicas.
Los resultados del domingo, en suma, son un signo de estabilidad tras el cambio tectónico que provocó el fracaso de la Convención.