El resultado de ayer tiene tres significados. Es un límite al gobierno, una muestra flagrante del error de octubre y configura una paradoja que será necesario resolver.
Los gobiernos no llegan tan lejos como lo auguran sus programas, sino hasta donde lo permiten sus limitaciones. Y la principal limitación en la democracia es la voluntad de la ciudadanía.
Y la ciudadanía acaba de manifestar una flagrante desavenencia con el Gobierno.
Por supuesto los creyentes del Frente Amplio (guardando silencio acerca del salvavidas socialista que los salvó del ahogo, pero no del naufragio) dirán que todo esto es resultado del modelo neoliberal que habría logrado engatusar a la ciudadanía al extremo de impedirle ver los brillos secretos de la gestión gubernamental. Y es probable que la derecha iliberal o antiliberal, por su parte, infatuada por el resultado se sienta tentada de creer que la ciudadanía adhiere a sus ideas (a las pocas que ha dado a conocer) y se disponga entonces a un arreglo constitucional retentivo, apenas una enmienda a lo que hoy se encuentra vigente.
Pero no es ni lo uno ni lo otro. El límite al Gobierno proviene de la cotidianidad, el nuevo clivaje. En efecto, las personas han votado movidas por el desasosiego cotidiano (una forma benévola de describir la molestia con la gestión gubernamental involuntariamente representada por el propio Presidente atascado en un resbalín): un incremento de la delincuencia, la resaca de la violencia de octubre, las generalidades que mantienen en suspenso las políticas públicas, las demasías de la Convención Constitucional en las que el Gobierno cifró originalmente esperanzas (aunque ahora, ejercitándose esa versión latinoamericana de la dialéctica que fundó Cantinflas, se diga que el Gobierno va por un lado y la Constitución por otro), son algunos de los factores que influyeron en este resultado. Lo que ocurre hoy es que el clivaje —esa línea invisible que divide las preferencias políticas— se ha desempotrado de la estructura social o, como se decía antes, de los intereses objetivos de los ciudadanos que el político moralizador y paternalista les atribuye.
Hasta ahí el límite. Vayamos al error.
El resultado de republicanos es en gran parte el reverso de octubre del 2019. La frivolidad de la izquierda generacional conducida por Boric (aunque trufada de arrepentimientos rituales de su parte) y de tantos intelectuales que cohonestaron la violencia y el desorden, viendo en ellos el inicio de una aurora, son en gran parte responsables de que el discurso iliberal haya ganado terreno y aparezca hoy como una opción gubernamental para la ciudadanía: ¿comprenderán ahora cuál es su error, cuál el precio de sumarse irreflexivamente al coro atribuyéndole al desorden nihilista un significado de justicia?
Y está la paradoja.
Porque lo que ha ocurrido ayer es una elección con significado constitucional, es decir, un evento electoral que por definición está destinado a establecer las bases de la convivencia, la estructura de la comunidad política. Y lo que se espera entonces —ahora habrá que decir, lo que se esperaba— es que esta elección hubiera sido lo que la literatura llama un momento constituyente y no un momento meramente político. En general, la política transita con la vista pegada a la circunstancia inmediata, mirando el piso para evitar un tropiezo inmediato. Es el momento meramente político. Pero hay ocasiones en que la ciudadanía se enciende, toma conciencia de su voluntad colectiva y se dispone a revisar a la luz de un cierto ideal imparcial, de un principio de reciprocidad de largo plazo, con sentido intergeneracional, los compromisos que orientan la vida común. Entonces surge un momento constitucional.
Pues bien. El problema es que la elección de ayer y el proceso que la precedió están atrapados en una paradoja: son un momento meramente político de los que se espera, sin embargo, una solución constitucional.
Resolver esa paradoja será la principal tarea de quienes acaban de ser electos. Ellos, que alcanzaron el triunfo gracias a la política rasante y cotidiana, deberán ahora abandonarla y hacer de todo esto un momento constitucional
En suma, el gobierno deberá inclinarse ante los límites; quienes confundieron octubre con una epifanía dar explicaciones; y los consejeros electos escapar de la paradoja.
Carlos Peña