El título original de esta película, AKA, sigla del inglés also known as, es una especie de ironía porque trata de un agente encubierto que ha de cumplir su nueva misión precisamente con su nombre verdadero, Adam Franco (Alban Lenoir). La introducción muestra a Franco eliminando a toda una sección de irregulares sirios y a una periodista francesa, en un prolongado y virtuoso plano único. Es una manera sumaria de presentar a un protagonista también sumario.
Lo que le toca después a Franco es infiltrar la banda de un mafioso, Victor Pastore (Eric Cantona), para llegar a través de él a Moktar al-Tayeb (Kevin Layne), un líder sudanés acusado de terrorismo y sospechoso de preparar un gran atentado en París a nombre del Estado Islámico. Esta es, en verdad, la parte difícil, porque otra pandilla, más violenta y decidida que la suya, quiere quitarle a Pastore el holding delictivo, que va desde el narcotráfico hasta la prostitución, pasando por los asaltos a bancos y otras tropelías.
Como es normal en su oficio, Franco se enfrenta a toda clase de adversarios, traidores y dobles agentes, y ante todos demuestra ser indestructible. Así lo atestigua otro extenso plano único, a través del monitor de una cámara de seguridad, donde da cuenta de una pandilla, y otra secuencia posterior, donde asesina a un buen número de guardaespaldas que tampoco son tan competentes.
Hasta aquí la dimensión seguridad-contraterrorismo, que se caracteriza por las alianzas de oportunidad entre bandidos corrientes y terroristas islámicos. También llega al mismo punto la de las pandillas, siempre mercenarias de quien parece que va ganando. Pero sobre estas dos dimensiones se va imponiendo otra, más extraña y muy dudosamente adecuada: el asesinato de niños. En ataques deliberados o accidentales, resulta que todos los protagonistas han perdido un infante. Todos son niños de menos de 10 años, desde el hermano de Franco hasta la hija de Moktar al-Tayeb.
Esto fija la moral de la película: la violencia deja de ser aceptable cuando toca a los niños. Como si el resto de los crímenes tuviesen menos valor moral. La violencia contra los niños justifica las venganzas y los cambios de bando. Y justifica, sobre todo, al forzudo, poco dado a la reflexión.
Alias es una película rara, visualmente bien ejecutada, pero con muy escasa conciencia de los alcances de lo que narra. El director Morgan S. Dalibert es un apreciado director de fotografía y su alianza con el musculoso Alban Lenoir, con quien también escribe el guion de Alias, se parece a esas sociedades director-actor de los años 70, siempre orientadas al lucimiento de la estrella. Es un objetivo de poca monta.