Dos eran las grandes dudas antes del partido y ambas podrían resolverse fácilmente a la hora en que se confirmaran las alineaciones y se escuchara el silbatazo del juez Francisco Gilabert.
Uno: ¿Quién y cómo se reemplazará a Emanuel Ojeda en la U?
Dos: ¿Tomará decisión Ariel Holan de jugar con Franco di Santo como delantero centro al lado de Fernando Zampedri en la UC?
Las interrogantes, como está dicho, fueron resueltas pronto, apenas comenzó a moverse la pelota en el estadio Ester Roa.
Claro porque quedó claro de entrada que el DT Mauricio Pellegrino es de los que no “come vidrios”, porque para sustituir al lesionado Ojeda no solo se decidió por el ingreso del experimentado Nery Domínguez, sino que, a partir justamente de la presencia del argentino, construyó una línea de tres defensores con el trasandino como líbero, sosteniendo las posiciones de Matías Zaldivia y Luis Casanova como marcadores.
Lo de la UC también fue muy prístino porque, a pesar de que la presencia en el once titular de Cristián Cuevas podría indicar que Holan mantendría tres delanteros y con ello a Di Santo de extremo, la posición del “Cimbi” como volante mixto casi a la altura de Ignacio Saavedra indicó a las claras que Di Santo tendría la posibilidad de alejarse de la línea y trabajar en el área, que es lo que más le gusta.
¿Qué equipo estaba mostrando mejor nivel de afiatamiento en la primera media hora del clásico?
Si bien ninguno de los dos había tenido grandes posibilidades de marcar, era claro que la U estaba controlando el ritmo del partido.
Los laterales-volantes azules —Juan Pablo Gómez por la derecha y Marcelo Morales por la izquierda— estaban provocando conflictos en la zaga cruzada porque superaban con cierta facilidad a los mediocampistas cruzados y obligaban a los stoppers Alfonso Parot y Branco Ampuero a salir lejos del área, dejando espacios que la U podría aprovechar (Nicolás Guerra ya había entendido que era cosa de esperar una duda de sus rivales para intentar facturar).
No, lo cierto que, cumplida la media hora de juego en la cancha penquista, no había muchas emociones, pero sí algunas evidencias de que el clásico universitario podría prender en cualquier momento. Ya se empezaban a ver fisuras, el juego fuerte estaba llegando y todo se desencadenaría en el momento en que uno de los dos equipos diera el primer golpe.
Pero no. La historia se truncó. Y jamás pudo escribirse ni comentarse aquello que parecía que iba a ocurrir.
Unos desalmados, unos delincuentes, unos antisociales, unos desadaptados tomaron el protagonismo y acribillaron un partido que parecía que se iba a poner bonito.
Y en lugar de saber si definitivamente crujía el debutante trío defensivo cruzado o si Zampedri y Di Santo le sacaban brillo a sus afanes goleadores, la jornada se llenó con opiniones, pontificaciones y discursos vacíos sobre la violencia del fútbol chileno, sus responsables y las recetas mágicas para detenerla de una buena vez.
Domingo perdido para el que quería escribir un poco de fútbol.